miércoles, 20 de agosto de 2008

La tierra de los gigantes

Hotel Impala, Moshi
Hoy se ha terminado la parte de safari del viaje y los dos estamos un poco (bastante) tristes por tener que marcharnos de esta hermosa tierra.


Tarangire, el elefante y el baobab.

Nuestro último parque, Tarangire, la tierra del elefante y el baobab, me ha enamorado con su encanto. La guía Lonely Planet de Tanzania (que, por cierto, se lo hemos regalado a Max) dice que Tarangire es un bonito parque normalmente olvidado en los circuitos del norte, pero que merece más atención y, en mi opinión todo es completamente cierto. Aunque se agradece una enormidad poder contemplar una manada de 30 elefantes desmochando acacias plácidamente mientras los bebés maman y juegan a pelearse, sin tener que compartir el momento con nadie más.

Grupo pequeño de elefantes. El más grande que vimos era de casi 40 (aunque alcanzan los 300 ejemplares) e incluía una cría tan pequeñita que apenas sobresalía entre la hierba.

El mejor momento para visitar Tarangire es la estación seca, cuando los elefantes y los rebaños de antílopes, gacelas y cebras acuden a disfrutar del agua que ofrecen el río y las numerosas charcas que conserva el parque. En el Serengeti, los herbívoros sincronizan sus partos en apenas una semana a finales de la estación lluviosa corta (a principios de febrero), cuando hay pasto verde para todos (y como estrategia de superviviencia, ya que los depredadores son literalmente incapaces de comerse tanta cría. Pero en Tarangire abunda el agua y, para mi deleite, la época de cría es más flexible. Así que gracias a eso hemos podido ver bebés impala de enormes ojos asustadizos y cebritas de aspecto algodonoso y patas largas y pequeños ñus mamando en medio de los grandes rebaños.

Ya sé que estaba hablando de bebés, pero os pongo una manada de ñus, porque no había puesto ninguna aún.

Pero como decía, Tarangire es la tierra del baobab y el elefante. No es fácil describir la presencia imponente de estos árboles milenarios (alcanzan los 3.000 años) que levantan sus ramas, desnudas en la estación seca, por encima de cualquier otra cosa en la sabana. Ellos han visto a los masai cazar y pastorear desde mucho antes de que el primer blanco pusiese el pie en esas tierras, han asistido a las guerras tribales y coloniales, han servido de guarida a los cazadores furtivos con sus troncos huecos y han sobrevivido al voraz apetito de los elefantes. Porque en Tarangire sólo se ven baobabs gigantes (todos ellos con la corteza arrancada a trompa y colmillo hasta una altura respetable): los pequeños mueren a manos de los elefantes antes de poder alcanzar la edad en que la fuerza del más grande de los animales terrestres es derrotada por la robustez del más grande de los árboles, los seres casi inmortales. Como dios, que según cuenta la leyenda africana, se enfadó tanto un día con el baobab que lo expulsó del cielo, arrojándolo a la tierra con tanta fuerza que el árbol cayó patas arriba y por eso sus ramas parecen raíces.


Enorme baobab (sólo hay que compararlo con el que tiene al lado, que no era manco) desgajado por su propio peso.

¿Qué más decir de Tarangire? Que está lleno de aves. Toda Tanzania lo está, pero su densidad aquí es abrumadora. Inseparables, loros, perdices, codornices, pintadas de varias clases, secretarios, buitres y rapaces (diurnas y nocturnas) de numerosas especies, calaos grandes y pequeños, zancudas y pajarillos desconocidos para nosotros, avestruces, turacos y tórtolas y palomas para todos los gustos. Y así hasta 550 especies.

Ya sé que estaba hablando de pájaros, pero no tengo fotos de ninguno, así que os pongo unas cebras bebiendo en el río Tarangire.

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