miércoles, 22 de noviembre de 2006

Adios con el corazón, que con el alma no puedo

Bueno, con bastante retraso, escribo la última crónica sobre Canadá, aunque, la verdad, entre el desfase horario y la jaqueca–náuseas que tengo encima no garantizo nada del otro mundo. Simplemente comentar que, antes o después, subiré las fotos del viaje a mi Picasa.

Pues nada, al final, la excursión se tuvo que quedar en el recorrido pequeño (o sea, sólo hasta Peggy’s Cove), por culpa de una argentina impresentable que puso de excusa: 1) que le resultaba muy caro (la excursión hasta Lunenburg costaba 80$ y la de Peggy’s Cove 40$), aunque luego se compró unos pendientes de 70$ en una tienda de artesanía; y 2) que tenía que volver pronto porque se marchaba aquella tarde y necesitaba hacer algunas cosas antes. He de hacer notar que cuando volvimos la dejamos en un centro comercial. Que digo yo que hay que ser imbécil de solemnidad para desperdiciar tus últimas horas en Canadá yendo de compras. Tengo entendido que en Argentina hay alguna tienda, pero voy a ver si me confirman el dato.

Pero en fin, qué voy a decir... que era todo tan bonito que cuanto más veíamos, más iba odiando a la argentina en cuestión porque, por su culpa, los demás íbamos a perdernos el resto del día y más de la mitad de lo que hubiéramos podido ver. La naturaleza es impresionante, lleno de bosques y prácticamente sin casas, salvo a las orillas de los lagos y algún pueblo de pescadores en alguna ensenada. La costa de Nueva Escocia es muy intrincada y está llena de calitas con una boca muy estrecha, donde el agua se remansa tanto que parecen lagos. En muchas de ellas hay islotes completamente cubiertos de coníferas, que llegan hasta el borde mismo del agua. Sacamos fotos muy bonitas, aunque no le hacen justicia ni remotamente al original.

Este es un ejemplo de las islas de las que hablo. La foto, obviamente, no es mía, la he robado por ahí

Es impresionante la sensación de ir en la furgo por una carretera flanqueada únicamente por naturaleza y cruzarse con un coche cada 15 minutos. La pena fue que no vimos muchos animales, sólo algunos patos (no sé de qué clase) y barnaclas cariblancas, además de una ardilla roja. Y eso que, al parecer, allí hay de todo tipo de bichos que uno asocia a Canadá: osos pardos y negros, alces, renos, ciervos, lobos, castores, mofetas, mapaches... Pero en fin, de eso no pudimos ver nada.

Nuestro guía era genial y nos iba contando todo el rato cosas sobre la región, desde los orígenes geológicos hasta datos sobre la fauna y la flora, pasando por hechos históricos y cualquier otra cosa.

A medida que nos íbamos acercando al sur, la vegetación se iba haciendo más rala, porque es una zona de suelo muy pobre (por culpa de la última glaciación, que se lo llevó todo) y los abetos crecen “encanijaos”. Además, salen a la superficie enormes rocas graníticas cubiertas de líquenes, que le dan un aspecto “preártico” impresionante.

En cuanto a Peggy’s Cove, es una aldeita de pescadores (langostas, principalmente) diminuta. Llegó a tener 300 habitantes y su propia escuela, pero ahora sólo son 40. La escuela sigue allí, pero la utilizan en verano para actividades culturales. Además, hay uno de los típicos (y abundantes) faros de Nueva Escocia, que es el único que además tiene oficina de correos (en su interior). Por lo que parece, en verano hay cienes y cienes de personas, pero a golpe de mes de noviembre no había casi nadie.


Después de Peggy’s Cove nos volvimos a casa (tras una corta parada en un lugar donde se estrelló un avión de la Swiss Air no sé cuándo) y Andrea y yo aprovechamos lo que quedaba de tarde para visitar el Museo Marítimo, donde tienen, entre otras cosas, una exposición sobre el Titanic y otra sobre “The Halifax Explosion”. Muy brevemente os cuento:

Lo del Titanic se debe a que cuando se hundió el Titanic (a unas 900 millas de la costa) la compañía White Star envió varios barcos desde el puerto de Halifax, a ver si podían rescatar algunos cuerpos. Como la mayoría de los que cascaron eran de tercera clase, las familias no podían permitirse la repatriación, así que White Star pagó para que los enterraran en un cementerio de Halifax, que visitamos antes de salir para Peggy’s Cove. Muchos de los cadáveres rescatados no se pudieron identificar y muchas de las lápidas (bueno, no son lápidas exactamente) están identificadas sólo por un número: el del orden por el que los sacaron del mar. Hay algunas historias terribles, como la de uno de los músicos, a cuya familia la White Star envió una carta diciendo que lamentaban mucho su muerte, pero que desgraciadamente, el tipo en cuestión no les había pagado el uniforme y que hicieran el favor de abonar el precio correspondiente. O la de una madre sueca que murió con sus cuatro hijos de entre 7 y 2 años, cuando iban de camino a reunirse con el padre de la familia, que había emigrado 2 años antes y por fin había reunido el dinero necesario para mandarlos a buscar. En fin, muchas historias tristes.

Lo de la explosión de Halifax es una historia terrible de la Primera Guerra Mundial, de la que nunca había oído hablar y que os resumo brevemente (más datos en español). Fue la mayor explosión de la historia hasta que se inventó la bomba atómica y se produjo al chocar dos barcos en la boca del estuario (muy estrecha, como la de Ferrol), uno de los cuales llevaba más de 3.100 toneladas de combustible y municiones. El choque no fue muy terrible, pero las chispas que generaron las partes metálicas de los barcos, prendieron fuego al combustible y se inició un incendio. La tripulación abandonó el barco, dejándolo a la deriva, de manera que cuando hizo explosión, estaba muy cerca del puerto y arrasó media ciudad. Murieron 1.600 personas en el momento, pero muchos cientos quedaron sin casa, con tan mala suerte que vino una tormenta de nieve brutal y murieron muchas más, por no tener dónde refugiarse. También hubo miles de heridos.

En fin, unas historias muy agradables.

Nuestro último día en Canadá transcurrió casi todo entre aviones y aeropuertos, pero aún tuvimos tiempo de madrugar y visitar un Farmer’s Market que hay los sábados en Halifax, donde se venden productos artesanales y de agricultura biológica. Era muy interesante, porque además estaba dentro de un edificio de piedra muy antiguo, que fuera de una destilería de sidra. Muy bonito y muy concurrido.

Por último, hicimos escala en Montreal y, como teníamos 7 horas, bajamos hasta la ciudad y pudimos verla un poquitito, aunque no mucho, porque cuesta orientarse en una ciudad desconocida, sobre todo cuando anochece (cosa que en Canadá, en invierno, ocurre muy temprano). Aún así, conseguimos darnos un paseo por el Quartier Latin, todo iluminado para Navidad (sí, un poco adelantaos), que daba gloria verlo. También vimos desde el bus muchos edificios imponentes, posiblemente de la universidad, así como varias iglesias tamaño catedral, pero no lo pudimos grabar, porque reflejaba el cristal.

Os ahorraré los detalles del viaje de vuelta, porque fue una horrible pesadilla, así que mejor os dejo y me voy a comer, que son las 3 y falta me hace.

¡Hasta el próximo viaje!

viernes, 17 de noviembre de 2006

Y los viejos cuentan...

Con tristeza que en el mar hubo mil ballenas... pero se ve que son seres normales y en invierno les molesta la rasca, así que se van al sur y las pobres jovencitas españolas que quieren verlas en noviembre, pues se tienen que fastidiar. O sea, que de whale watching nada de nada. Ni siquiera están abiertas las empresas de excursiones...

Vista general del "salón" donde cenamos, que en realidad era una pista de hockey hielo

Pero en fin, empecemos por el principio: la cena de clausura de la Cumbre. Pues estuvo muy bien, aunque como estábamos cansadas se nos hizo un poco larga (realmente, para los hábitos canadienses duró hasta las tantas, porque salimos de allí casi a las 12 de la noche). Nos sentamos en la mesa con un chico colombiano encantador que habíamos conocido esa tarde (concejal de la ciudad de Medellín), una estadounidense que llevaba dos años estudiando en Argentina, una periodista de Halifax simpatiquísima, una pareja asiática con la que ni intercambié palabra y nadie me presentó (no sé ni de qué país eran, pero tenían que ser de Extremo Oriente) y otra pareja estadounidense, que no sé de qué organización eran, pero sí eran majetes. Nos dieron de cenar una ensalada con mango (muy canadiense) y gambas a la plancha (3) y un plato un poco peculiar en el que había arroz con verduras (zanahorias y boniato, creo) en el centro y salmón a un lado y pechuga de pollo al otro. Estaba rico. La verdad es que nos echamos unas risas, porque la conversación estuvo muy animada y el colombiano (Mauricio) era coñerísimo. Además, después de cenar, se nos unió un compañero suyo (Sebastián) que se nos había perdido y entre los dos ya fue demasiado. Sólo nos callamos durante el discurso de clausura del Yunus (hubo otros discursos, pero no les hicimos mucho caso, la verdad. Total, decían todos lo mismo...)

Parte de nuestra mesa: Mauricio, Andrea, yo, Sebastián, la estadounidense argentinizada, la pareja estadounidense y un acoplao. La periodista y los asiáticos no salen.

Después de la cena hubo algunas actuaciones musicales de la Filarmónica de Nueva Escocia con varios grupos de música tradicional de allí y un par de agrupaciones de baile. El folclore típico de aquí es bastante a lo celta, con esas danzas que se bailan muy recto, moviendo sólo los pies. También hubo un indio (nativo canadiense) que cantó una canción tradicional india, un gaitero tipo escocés... en fin, variadito.

Highlinder con filarmónica. La foto es rara porque la saqué a una de las pantallas gigantes, que desde donde yo estaba salían liliputienses.

Al acabar, la gente de nuestra mesa se fue a tomar unas cervecitas, pero nosotras estábamos muy cansadas y nos fuimos a cama. ¡Ah, me olvidaba! Que cuando finalmente acabó el espectáculo y la gente se estaba marchando, nos sacamos una foto con Yunus, gracias a Mauricio, que nos coló y nos pasamos por delante de una fila como de 6.000 personas (dato algo exagerado, porque a la Cumbre asistimos exactamente 2.222).

Codeándonos con un premio Nobel

Y así se acabó el miércoles y la Cumbre del Microcrédito.

El jueves amaneció un sol radiante, pero a las 9.30 ya se había cubierto por completo. Todas ilusionadas, bajamos al puerto en busca de la oficina de información turística, para que nos informaran de cómo hacer para ir a ver ballenas y sobre el bus turístico (de esos rojitos). Como ya acabo de decir, ni ballenas, ni siquiera busito turístico, porque aquí, a partir de octubre, todo está “Closed for the Season”, es decir, cerrado hasta la primavera. El puerto es precioso, muy típico, con su pasarela de madera, sus veleros, sus casetas de madera y hasta su carpintería de rivera. Pero por desgracias, las empresas de excursiones y las tiendas de regalos están todas cerradas. ¡Hasta un restaurante enorme que hay, construido sobre un malecón, con una terraza preciosa, está cerrado! Y lo mejor de todo es que por dentro estaba todo decorado para la Navidad... en fin, están locos, estos canadienses.

Sin embargo, en la oficina de información turística nos dieron unos papelitos de un par de empresas que estaban abiertas (para excursiones en furgo) y llamamos. Nos ofrecieron un par de opciones, pero al final nos decantamos por la excursión más larga, que son como 6 o 7 horas todo por la costa hacia el sur, hasta un pueblo que se llama Lunenburg y que es patrimonio de la UNESCO. (www.town.lunenburg.ns.ca). Por lo que he visto en postales y tal, es precioso. De camino se pasa por un montón de sitios bonitos y pintorescos, como Peggy’s Cove (“la cala de Peggy”) un pueblo de marineros que sale en 50.000 postales, así que debe de ser muy bonito. Lo malo es que, como no nos decidimos en el momento y llamamos al tío un poco más tarde, se nos adelantaron otras personas, que le pidieron la excursión sólo hasta Peggy’s Cove. Así que la cosa está así: el chico (Robert, por cierto) va a intentar convencerlos de ir a Lunenburg todos juntos, pero si no lo consigue, tendremos que conformarnos con ir a Peggy’s Cove. Bueno, como no tenemos más opciones, pues nos conformamos con alegría. Ya contaré.

En cuanto a nuestro día de turismeo en Halifax, después de recorrer a gusto el puerto y comprar algunos recuerdos en la única tienda de regalos que vimos abierta (la mujer debió de quedar encantada, con todo lo que nos llevamos entre las dos), cogimos el ferry para cruzar al pueblo del otro lado del estuario, que se llama Darmouth. O sea, ir a Cangas por ver Vigo. Tal cual, porque lo hicimos sólo para poder ver todo el frente de Halifax desde el mar. Para esas alturas empezaba a meterse una bruma considerable, pero aún así pudimos sacar bastantes fotos y grabamos bastante vídeo. Y por cierto, en el ferry de vuelta casi vimos una foca. Digo casi, porque la vieron unos chicos que había al lado, mirando por la borda. Pero cuando miramos nosotras ya no estaba. A ver si mañana hay más suerte y vemos aunque sea un frailecillo...

Sitting at the dock of the bay wasting time...

Después subimos a comer a un vegetariano que hay al lado del hotel (y de paso dejar todas las compras para no ir cargando con ellas), antes de subir hasta la ciudadela, una fortaleza inglesa del siglo XVIII desde donde se domina toda la ciudad. Por desgracia, para cuando llegamos arriba, la niebla se había cerrado de tal manera que no se veía ni raba desde allí (y encima nos mojábamos todas), pero al menos vimos la ciudadela en sí y pillamos unas hojas de arce muy amarillitas.

Entrando a la fortaleza, con ramo de hojas de arce.

Total, que nos bajamos de la ciudadela y seguimos paseando un poco por Halifax, aunque sin saber del todo bien a dónde íbamos. Tampoco es que importe mucho, porque la verdad es que es una ciudad muy bonita, con unas casas de madera pintadas de colorines que da gusto verlas, y cantidad de árboles por todas partes.

En fin, que no me enrollo más, porque son las 8 y a las 9.30 nos recoge Robert para el viaje sin determinar y aún no me he duchado ni he desayunado.

Muchos besos y esta noche os cuento.


jueves, 16 de noviembre de 2006

Adios a la cumbre, adios

Se acabó la Cumbre. Bueno, del todo, del todo, no, porque aún nos queda la cena de clausura, que se celebra dentro de media hora y de la que espero poder al menos disfrutar un poco, aunque no sé si mis recientes restricciones dietéticas me lo permitirán... Por lo que parece, va a ser una cena típica de Nueva Escocia. Y por lo que nos han dicho todos los “paisanos”, aquí lo más típico es la langosta. A ver si se nota. ;-P

Hoy ha ido la cosa tranquilita, sólo tuvimos una sesión plenaria y un curso de mañana y tarde. Ambas fueron un poco peñazo, pero al menos nos dieron una hora y media para comer cosa que nos permitió, gracias al bonito día que hacía, comer en una placita muy chula, disfrutando del sol invernal canadiense. Y de paso, sacar algunas fotillos.

Una de las fotillos en cuestión, que nos sacó un amable paisano.

En fin, os dejo momentáneamente, porque me tengo que ir a la cena (amenizada por un espectáculo de música tradicional de Nueva Escocia). Ya os contaré mañana qué tal.

Por cierto, si queréis más detalles sobre lo que hemos estado haciendo en la Cumbre, podéis leer el blog de IND: http://implicadas.blogspot.com
Allí está la crónica diaria seria.

miércoles, 15 de noviembre de 2006

Y van pasando los días...

Pues nada, los días van pasando y, sin casi ni enterarnos, ya estamos a martes por la noche y mañana se acaba la cumbre. La verdad es que hay momentos en los que no me lo parece, pero estoy aprendiendo muchas cosas. Hoy, por ejemplo, estuve en una conferencia en la que varios beneficiarios de microcréditos contaban sus experiencias y sus historias. Una cosa impresionante, todos unos ejemplos de superación. Me gustaría poder repetir con detalle todo lo que nos contaron, de todo lo que han conseguido con unas cantidades irrisorias, pero por desgracia mi memoria es buena, pero no TANTO. Os resumiré muy por encima la historia de Lorna, una mujer jamaicana que sufrió un accidente y quedó tan mal, que se gastó todos los ahorros de su vida en médicos. Quedó en la miseria y nadie le daba dinero para volver a poner a andar su vida. Después de muchas peripecias y de seguir insistiendo e insistiendo, sin rendirse nunca, finalmente consiguió un microcrédito de una institución e inició un negocio de artesanía. Ahora tiene tres empleados (dos mujeres y un hombre) y su negocio es próspero y de él viven las 4 familias. Yo le compré un cinturón, así un poco rastafari :-D.


Esta discreta señora cuya cara casi no se ve, es Lorna, la jamaicana emprendedora. A la izquierda de la foto, podemos ver los cinturones rastafaris, todos enrolladitos.

También estoy aprovechando (estamos) para hacer contactillos y hoy hice uno muy interesante, con el Wiliber, gerente de ventas de una cooperativa de campesinos ecuatorianos que plantan hierbas medicinales y utilizan las fórmulas de antiguos remedios indios para hacer medicinas y productos de aseo, etc. Me interesó doblemente, porque desde hace un año se dedican al comercio justo (así que, cuando encuentren una distribuidora en Europa podríamos vender sus productos en el Crisol) y porque tienen un programa para mujeres de países desarrollados, sobre todo que trabajen ONG, en los que se nos ofrece la oportunidad de ir una temporada a trabajar con ellos y aprender su manera de funcionar y gestionar la cooperativa. Imaginaréis que ya estoy pensando la manera de ir, porque además, seguro que podría sacar muchas enseñanzas para nuestros proyectos rurales (por ejemplo, el de North Wollo, en Etiopía).

Por lo demás, esta mañana la teníamos libre y pensábamos aprovechar para callejear un poco por aquí por el centro, pero tuvimos muy mala suerte, porque teníamos un par de recaditos pendientes para hacer a primera hora, pero las cosas se torcieron y al final nos comieron toda la mañana y apenas vimos un trocito nuevo de Halifax. Pero al menos descubrimos un centro comercial donde hay muchísimos puestos de comidas distintas (hoy he comido libanés) y así Andrea y yo podemos compatibilizar nuestras restricciones alimenticias: ella es vegetariana estricta, nada de huevos ni leche, y yo no puedo comer hidratos ni grasas. O sea, una cosa espeluznante. Entre las dos no podemos comer absolutamente nada.

Yo, haciéndome la interesante en la zona de stands de las organizaciones. Concretamente, en el stand del Women's Bank

Por cierto mamá, la reina sigue por aquí, pero no he podido verla pese a estar en la misma sala, que como es en realidad un pabellón de deportes, no creo que me lo tengas en cuenta.

Y como ya son las 11.11 de la noche y me muero de sueño, os dejo y me voy con la música a otra parte, concretamente a la cama.

lunes, 13 de noviembre de 2006

Recién aterrizada y con pelín de jetlag...

Bueno, pues aquí estamos Andrea y yo, en la sala de espera de la puerta 49 del aeropuerto de Montreal, a las 7.56 de la mañana /12.56 en España), después de protagonizar un “Momento Paco Martínez Soria” sin parangón. Pero bueno, empecemos por el principio.

A las 10.45 de la mañana me personé en el aeropuerto de Vigo, donde la pobre Andrea ya esperaba desesperada, porque no se había enterado de que Aire France había cambiado la hora de salida del vuelo y no era a las 12.20, sino a las 12.40. De hecho, me estaba llamando por el móvil. Encima estaba sola, porque su padre había tenido que bajar a Vigo a buscar su abrigo, porque se lo había dejado en casa. ¡Qué burra! No como yo que... me lo había dejado en casa. Allá fue el pobre Moncho, siguiendo los pasos del padre de Andrea ¡y sin protestar casi nada! Pero es normal, a 45 grados a la sombra que hacía, a quién se le va a ocurrir coger el abrigo de pana de cuello alto.

En fin, omitiré los detalles del vuelo a París, salvo por el hecho de que el fulano del microfonito hablaba un perfecto franglés, que no se le entendía nada. París nos recibió gris y lluvioso y no pudimos ni intuirlo en la lejanía. Bueno, intuirlo sí, pero podría haber sido cualquier otra ciudad, Avilés incluido. El tránsito por el Charles De Gaulle ya fue otro cantar. Desde luego, en España nos quejamos de los aeropuertos, pero empiezo a pensar que son de los mejores del mundo. Después de preguntar en repetidas ocasiones y de enseñar el pasaporte y la tarjeta de embarque aproximadamente 5.378 veces, logramos llegar a nuestra puerta de embarque. Eran como las 15.30 hora francesa (14.30 en España) y yo llevaba todo el día con una tortita de arroz e, intuyendo que no nos iban a dar alimento alguno hasta la hora de cenar (intuición que se demostró falsa, ya que nos dieron ni más ni menos que un vaso de agua y un paquete de galletitas saladas de ni más ni menos que 35 gramos, que decidí reservar para un momento de más necesidad, por ejemplo si el barco de ver las ballenas naufragare o fuere a la deriva), se hacía imperioso, decía, la adquisición de un producto alimenticio, por ejemplo, tipo sanchi. Además, Andrea se hacía pis, necesidad también bastante imperiosa.

Búsqueda del baño, cola, pipí en entorno de agradable estilo zen y desagradable pestilencia y búsqueda de sándwich, que encontramos al módico precio de 6,60 €, momento sólo comparable a cuando pagué en Londres 10 libras (cuando la libra estaba a 290 pelas) por ver “Chicken Run”. Me compré el sanchi (de pan de pita con pollo tandoori, lechuga y salsa de yogur, he de añadir), porque cualquier otra cosa era más cara y más engordante y además porque tenía una pinta sólo superada por su sabor. Y cuando ya nos sentíamos a salvo, sentadas tranquilitas y sin molestar a nadie en las sillas de nuestra puerta de embarque, esperando a que avanzase la tremenda fila que forman siempre los pasajeros ansiosos por entrar antes que nadie, como si no tuviesen reservado el asiento, cuando de repente, aparece el nombre de Andrea en uno de los monitores, con un aviso en el que se indicaba que le rogaban que pasase por el mostrador de atención al cliente. Como dicho mostrador brillaba por su ausencia, nos dirigimos al mostrador de tránsito, donde le indicaron a Andrea en perfecto franglés (un idioma muy hablado por esta zona) que faltaban datos necesarios para el embarque, datos que Andrea procedió a facilitar y santas pascuas. Cuando por fin embarcamos, resultó que mis datos también faltaban y se los tuve que indicar allí mismo a la amable joven. ¿Porqué a mí no me pidieron que pasase por atención al cliente? No sé, es un misterio.

El vuelo a Montreal también transcurrió sin grandes incidencias, salvo porque la pantalla personal de Andrea traía censor incorporado, que le iba desconectando la peli cuando no le parecía adecuada, pero por lo demás, he de decir que Air France pasa a desbancar a Lufthansa como mi aerolínea preferida. No puedo decir lo mismo del aeropuerto de Montreal, que nos tuvo secuestrados como 20 minutos en la pista después de aterrizar, cosa que nos causó gran angustia mental y mal rollito en general. A lo mejor los denuncio, a ver qué les saco.

Dejamos los portátiles en recepción y nos encaminamos en busca de un taxi para ir al albergue y darnos una vueltecilla por Montreal, a ver qué tal pinta.

Gran decepción, en Montreal no nieva, es más, tampoco hace tanto frío.

Nos toca un taxista “borrachín y farfullante” (en palabras de Andrea) que también domina el franglés, pero que (contra todo pronóstico) nos deja sanas y salvas a la puerta del albergue, por el módico precio de 35 $ canadienses.

Después de dejar las cosas en nuestra habitación, comernos un trozo del delicioso bizcocho de frutos secos de Andrea y pertrecharnos (someramente, porque tampoco era para tanto) salimos, dispuestas a recorrer las calles del centro de Montreal y descubrimos, mientras yo me fumo en el porche el primer cigarro del día (no está mal, a la 1 de la mañana, maomeno) que SÍ ERA PARA TANTO. Cae una llovizna helada y sopla un vientecillo más bien inquietante que enseguida frustra nuestras esperanzas de turismo nocturno y ni siquiera podemos entrar en ningún café a tomar algo calentito, simplemente porque sólo encontramos restaurantes... eso sí, con muy buena pinta. Así que, de vuelta al albergue, en cuya cocina nos hicimos una infusión de Rooibos que Andrea muy previsoramente había traído. En estado comatoso, bebimos las infusiones y nos volvimos a la cama. Calculo el tiempo que tardé en dormirme en 85 milisegundos.


Servidora fregando afanosamente mi taza en la cocina del albergue.


Bonito altar consagrado a un jugador de hockey. Dice: «"¡El cohete' nos ayudará a ganar la Copa Stanley! ¡Dale un beso, que trae suerte!»


Peculiar cartel pegado en la puerta de la cocina. Dice: "La cocina cierra todos los días de 2 a 4 de la tarde". Estos guiris no saben a qué hora se come ni ná.

Y claro, como nos habíamos acostado a eso de las 21.30 (cual si fuésemos un Luni cualquiera), a las 05.30 teníamos el ojo abierto, así que nos levantamos y nos vestimos (con gran cuidado de no despertar a nuestras compañeras de cuarto) y bajamos a recepción a pedir un taxi. Pero no hizo falta, porque justo en aquel momento había allí un taxista que, según parece, para mucho por allí. El taxista resultó que era chileno (aunque llevaba 30 años en Canadá, porque había venido con su familia cuando era pequeño) y fue un gustazo no tener que practicar el franglés durante un rato.

Una vez en el aeropuerto, recuperamos los portátiles tras abonar la módica cantidad de 5 $ y nos dispusimos a sacar la tarjeta de embarque, porque las maletas ya iban facturadas para Halifax desde Vigo. Y no creáis que la cosa era tan fácil, no. Cualquiera pensaría que con seguir los cartelicos sería suficiente, pero eso sería en el caso de que los cartelicos no desapareciesen de repente por arte de birlibirloque. Preguntamos a un fulano de los que controlan que no lleves un frasco de champú ni nada, no sea que mates a alguien y amablemente nos indica que entremos por la puerta que dice “Sorties A”. Entramos por la puerta, pasamos los controles de los líquidos, nos cachean, nos hacen encender los ordenatas... y de repente nos damos cuenta de que habíamos entrado a la zona de puertas de embarque, sólo que no sabíamos cuál era la nuestra...PORQUE NO TENÍAMOS TARJETAS DE EMBARQUE. En fin, que media vuelta, ar y otra vez todo el proceso. Eso saltándonos la parte en que tardamos mil siglos en encontrar las ventanillas de facturación y otros detalles sin importancia.

En fin, suerte que no hay testigos.

Bueno, nos llaman para embarcar. ¿Qué nuevas aventuras nos esperan?

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Pues nos esperan que nos han perdido las maletas, qué fiesta joglorrio. Por suerte, acabo de llamar al número de reclamación y me han dicho que las han encontrado y que están de camino de Montreal a Halifax y que en cuanto lleguen al aeropuerto nos las traen al hotel. Eficacia canadiense. Porque, por cierto, la culpa de todo la tuvo la tipa del aeropuerto de Vigo, que nos dijo que las maletas iban directas a Halifax, cuando las teníamos que haber recogido en Montreal. En fin, eficacia española.

Pero en realidad, nada de esto importa, porque gracias a Jorge tengo seguro de viaje y estaba mucho más que tranquila, sabiendo que si me tenía que comprar ropa me la cubría el seguiro y porque estamos encantadas de la vida. Ya os dije que Montreal no nos había entusiasmado, posiblemente porque era de noche, hacía un frío que metía miedo y caía una desagradable llovizna helada (modo horizontal). Pero Halifax...

Casi todo el camino en avión lo hicimos sobrevolando una densa capa de nubes, así que no veíamos gran cosa, salvo por un breve claro que nos dejó ver algo parecido a la campiña inglesa a lo bestia. Pero cuando iniciamos el aterrizaje y cruzamos la capa de nubes contemplamos ojipláticas una llanura de kilómetros y kilómetros de bosques de coníferas, salpicados de ríos y lagos, con sus islitas y todo, sin una casa a la vista ni nada que perturbase tanta belleza. De verdad, impresionante. Y tengo fotos y vídeo para demostrarlo.

He aquí la foto que lo demuestra, aunque no le hace justicia al paisaje.

Los más de 30 kilómetros que separan el aeropuerto de la ciudad, los recorrimos en un taxi que parecía sacado de una peli de los hermanos Cohen (tipo Fargo). Bastante viejales, pero con mucho encanto. Además, el taxista era un individuo amable y parlanchín, que nos informó de diversas actividades que podemos realizar en la región, amén de confirmarnos que las posibilidades de ver ballenas son muy buenas... ¡e incluso que no sería absurdo esperar que nevase durante nuestra estancia! ¡Viva el taxista guay!

Siguiendo con el subidón general, Halifax es una ciudad muy bonita, con muchos edificios antiguos de aspecto muy inglés y coloristas casitas de madera tan típicas de la costa noreste de EE.UU. y sureste de Canadá a la que se llega cruzando un bonito puente sobre un estuario. Pasado mañana tenemos la mañana libre, así que nos dedicaremos a callejear (eso creo). Por lo que hemos averiguado, también hay el típico bus de dos pisos que recorre las zonas turísticas, así que si seguimos disfrutando de buen (mal, o sea, sin nieve) tiempo, seguramente lo pillemos.


Calle del centro, con sus edificios de aspecto inglés.


Tratad de ignorar mi cara de cebollino y admirad las bonitas y coloristas casitas de madera.

El hotel está genial, nuestra habitación tiene una cocina equipadísima, con un microondas del tamaño de mi tele ¡¡y lavavajillas!! La nevera hace cubitos de hielo y tó y, por si fuera poco lujo, en el cajón de mi mesilla me encontré un ejemplar de la Biblia y otro del Libro de los Mormones. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?


Después de comer (compartimos una pitta de falafel y otra de humus, ambas con ensalada variada), fuimos a registrarnos a la Cumbre, donde nos dieron una maletita muy mona, con todo el material, que incluye un par de libros que aún no hemos podido examinar en profundidad, pero que prometen mucho. Además, por supuesto, de una identificación con afoto, que procedieron a sacarnos in situ con una webcam, con los resultados que podéis imaginar. No hay documento gráfico, pa reírse del personal rogamos pongan La Hora Chanante.


Maletita muy mona.

Las conferencias de la tarde estuvieron muy bien. La primera (precedida por un par de actuaciones de percusión y bailes africanos) no nos atañía mucho, mucho, porque iba más bien orientada a bancos e instituciones de microcrédito, pero aún así lo que se comentó era interesante. La segunda, en la que participó el reciente premio Nobel de la paz, Mohammed Yunus, fue de lo más interesante y incluso hicimos un par de contactos. Por cierto, entre el público se encontraba, muy discreta ella (va sin retintín), sin guardaespaldas visible y sin hacerse notar, la Reina Sofía.


Mañana tenemos un día completito, completito, desde las 9 de la mañana, hasta las 7.30 de la tarde casi sin parar, con dos conferencias sobre “gender and microcredit” (más específicas, pero paso de buscar los títulos ahora) y una sobre grupos de autoayuda, iguales que los de nuestros proyectos en la India. Y aunque aquí sólo son las 9 de la noche, en España son las 2 de la mañana, así que voy a descansar un poco, que me lo he ganao.