domingo, 2 de septiembre de 2007

Bye, bye, Tiruchy

Otro domingo más de descanso, aunque esta vez, es más para coger fuerzas que para reponerlas. Mañana nos marchamos y quiero aprovechar el silencio y la tranquilidad de la siesta para escribir esta crónica de despedida antes de salir a hacer un par de compras de última hora y cenar (los domingos cenamos fuera, aunque hoy invitamos María y yo). Después volveremos a casa y haremos las maletas. No quiero ni pensar dónde voy a meter todos los bultos que ahora mismo ocupan hasta el último centímetro de la cama (en la que no duermo desde el segundo día en que llegué a casa de Ambal, porque el suelo es más cómodo).


Como estos días no he sacado casi fotos, porque resulta difícil sacar fotos y grabar vídeos al mismo tiempo, os pongo esta que no viene al caso, ni salgo muy bien, pero llevo mi sari preferido.

Estos momentos me hacen recordar con total nitidez estas mismas fechas hace tres años: le sensación es muy parecida y al mismo tiempo, muy diferente. Igual que la vez anterior, tengo presente que no voy a volver pronto (salvo milagro inesperado, hasta el 2009), pero ahora mi relación con las personas que dejo aquí es diferente, más cercana y por eso me da más pena despedirme, aunque me consuela saber que a Bobby y a Ambal los voy a ver en abril, cuando vengan a Galicia.

Tiruchy ya no me parece el lugar exótico y sorprendente que sentía que abandonaba en el 2004. Ha sido interesante volver a caminar por los suburbios y reconocer calles, casas y caras (como el día en que me reencontré con Rani), comenzar a identificar los barrios del centro y aprender el camino a la oficina nueva. Por un lado, me da pena que ya no todo me resulte nuevo, sorprendente, insólito, estupendo (por ejemplo, empiezan a resultarme molestas las continuas muestras de sorpresa e interés de perfectos desconocidos que se me acercan y me hablan o me tienden la mano en la calle), pero por otro me gusta esta sensación de empezar a estar un poco como en casa, de que me rodea un sitio de verdad, con su gente de verdad y no un documental de Lonely Planet.

Mañana me espera un día duro: casi ocho horas cinco personas en un coche hasta Chennai (Bobby y Ambal vienen a despedirnos), medio día por allí tirados y luego los aviones, que creo que (enlaces incluidos) debe rondar la cosa las 16 horas. En fin, menos mal que me esperan mi Monchiño, mi bañera y mi colchón macanudo.

Quisiera escribir tantas cosas que no consigo ponerlas todas en orden, así que creo que mejor me voy despidiendo y haciendo frente a la terrible tarea de empacar, como dicen del otro lado del charco. Muchos beso para todos y muchas gracias por haberme leído y por vuestros comentarios (en el blog o por correo electrónico).

Nos vemos en la próxima.


Adiós, Tiruchy, hasta dentro de dos años…

PD1: En la última crónica del blog de IND, que acabo de subir, hablo de la visita que hicimos anteayer a Salem, donde vamos a empezar un nuevo proyecto. Creo que la encontraréis interesante.

PD2: La segunda guerra ha empezado. He llorado como la Magdalena por la muerte de Sirius (y eso que ya sabía que cascaba) y esta tarde corro a comprarme el sexto, porque si no, no sé qué voy a leer en el coche y en el avión (y porque no soy capaz de esperarme hasta el martes para saber cómo sigue). Eso sí, estoy con Rosalía en que la última peli se queda muy, muy corta. ¡Se aproxima la sesión de frikismo sin freno! (Aunque no creo que me dé tiempo de leerme el 7º antes del finde, ¡tenedlo en cuenta!)

jueves, 30 de agosto de 2007

The final countdown

Pues con la tontería van pasando los días y ya me quedan cuatro y uno fantasma, porque el lunes me lo voy a pasar camino a Chennai (entre 7y 8 horitas de coche para recorrer 320 km). Me da pena marcharme, aunque por otra parte ya empiezo a echar de menos mi camita ergonómica (hoy he dormido directamente en el suelo vil, porque la esterilla me daba demasiado calor), el agua fresca de la nevera y, sobre todo, no estar cubierta de una asquerosa mezcla de sudor, polvo y repelente para mosquitos tropicales las 24 horas del día.

Ayer terminé con las entrevistas. La última fue a Nullu Swamy, voluntario del suburbio de Koradan Thoppu. Se dedica a sensibilizar a la comunidad sobre el tema de la discriminación de las mujeres y a gestionar los problemas que puedan surgir en su entorno, solucionándolos cuando está en sus manos o acudiendo al personal del proyecto o a la policía cuando es necesario. Dice que su mayor sueño es que se acabe la práctica de la dote, que las mujeres y los hombres sean iguales en todo y que su mujer (que es líder de un grupo de ahorro) y él sigan siempre tan felices como ahora. Sus dos hijos son pequeños y por ahora les va diciendo que tienen que jugar igual con las niñas que con los niños, que no pasa nada porque se “mezclen” y que las niñas merecen el mismo respeto que los niños, pero me explica que cuando vayan creciendo ya les irá informando de otras cosas. Al terminar, me despido diciéndole que ojalá todos los hombres de la India fueran como él, pero me corrijo: ojalá todos los hombres del mundo fueran como él.

Nullu Swamy, en un momento de la entrevista.

Después de comer se puso a llover a cántaros, así que nuestros planes de acompañar a María en su ronda por los suburbios, para grabar algunas imágenes para el archivo y a gente diciendo “vanakkam” e “implícate” se vieron truncados, porque cuando llueve no se suelen celebrar reuniones ni actividades, más que nada porque la mayoría se hacen al aire libre y no resulta muy agradable. O sea, que será hoy cuando me dedique a tan bonito menester. Por ahora ya he grabado algunos “momentos vanakkam-implícate”, aprovechando que andaba por ahí haciendo entrevistas y es muy gracioso enseñarles a decir “implícate” y lograr que, cuando son varios (sobre todo cuando hablamos de 20 niños), lo digan todos a la vez. Me lo paso pipa grabando por los suburbios, aunque a veces los niños se vuelven un poco locos ante la visión de la cámara y se me meten delante del objetivo o se me colocan detrás para mirar por la pantallita digital a ver qué estoy grabando. Y eso que la mía (bueno, la de IND) es una videocámara doméstica corriente y moliente. Me sorprende que los pobres Tito y Marcos, con su mucho más grande y llamativa cámara profesional, lograsen grabar una sola imagen en la que no saliesen niños saltando como ranas :-D

¿A que tengo cara de seria y profesional?

En fin, son las 8.47 y tengo que ducharme y desayunar, o se me va a hacer tarde. Hoy no he escrito gran cosa, pero ayer fue un día poco activo, por lo de la lluvia (más o menos a las cinco estábamos ya metidas en casa viendo videos de La hora chanante y comiendo banana chips como unas vacaburras).

Muchos besos para todos.

PD1: Os recomiendo que hoy os paséis por el blog de IND, que hablo esta vez no es una vil adaptación traducida al gallego, como otros días (de verdad que yo pongo mi mejor intención, pero no me da el día para tanto) y la persona a la que está dedicada la crónica vale mucho la pena.
PD2: El Sr. Weasley no se va a morir.

martes, 28 de agosto de 2007

La reportera más dicharachera de Barrio Sésamo

Las 7.17 y ya empieza a no estarse bien en la azotea, aunque la alternativa (el horno que es nuestra habitación en casa de Ambal y Manimekalai) es, desde luego, mucho peor. Dentro de un rato entraré a ducharme y a tomarme unos tonopanes porque me temo que se avecina jaqueca, pero antes quiero aprovechar para contaros algo de mi nueva función de reportera más dicharachera de Barrio Sésamo. No sé si había mencionado ya que el proyecto de Tiruchy está a punto de cerrarse: quedan solo unas semanas para terminar la transferencia de las actividades a la comunidad, que se ha organizado en Consejos de Suburbio y Federaciones de Grupos de Ahorro y, por lo que parece, está funcionando muy bien. Muchísima gente se ha apuntado al voluntariado y no nos cabe la menor duda de que las cosas van a seguir su camino hacia el desarrollo. Ahora empezaremos nuevos proyectos en la zona: uno por la erradicación del infanticidio femenino en Salem y otro de desarrollo en toda una franja de pobreza entre Tiruchy y Karaikal, con una población beneficiaria de 32.000 personas, aunque para este la Xunta nos ha negado la financiación y ya nos estamos volviendo locas, a ver de dónde sacamos 60.000 € para sacarlo adelante. Pero bueno, estoy divagando. Como decía, se cierra el proyecto de Tiruchy, que ha sido muy especial para IND, porque ha sido el más grande hasta ahora y con el que hemos establecido unos lazos muy especiales con Tamil Nadu, así que hemos decidido dedicarle el año que viene (nuestros años los dictan los plazos de los proyectos y empiezan en otoño, como el curso): la agenda solidaria, que ya va a por su cuarta edición y muchas actividades estarán centradas en lo que ha sido nuestro proyecto más ambicioso hasta ahora y, por supuesto, el Implícate, la noche de música y palabra solidaria que celebramos cada mes de diciembre desde hace 3 años. Para los que no hayáis ido nunca, en el Implícate (denominado por mí “el eventaso”) se mezcla música con danza, poesía y teatro o cabaret, intercalando pequeños vídeos sobre el tema al que esté dedicado cada año (el año pasado, al microcrédito, por ejemplo). Los artistas participan de manera totalmente desinteresada (gente como Mercedes Peón, Uxía Xenlle, Manolo Rivas, Deluxe, Rosa Cedrón…), ponemos mesas para vender productos de comercio justo y merchandising de la organización y todo lo que se recauda es para financiar los proyectos. En fin, vuelvo a divagar.



Momento de una entrevista a una voluntaria sanitaria. Hacía tanto calor que hasta ella sudaba a mares.

El caso es que, como este año se va a dedicar al proyecto de Tiruchy, me ha tocado recoger el testigo de Tito y Marcos y ponerme a grabar imágenes de los suburbios, las actividades de la comunidad y una serie de entrevistas con personas que representen cada una de las actividades que se han desarrollado en el proyecto: clases de apoyo, alfabetización, grupos de ahorro, voluntariado sanitario y de género, programa de generación de ingresos… y, por supuesto, también al personal. Ayer estuve en dos suburbios, entrevistando a 5 personas y, aunque la mitad del tiempo no me enteraba mucho de lo que estaba pasando porque en la comunidad es raro encontrar un par de personas que chapurreen inglés, me lo pasé muy bien, porque hubo muchas risas y momentos muy bonitos, como por ejemplo cuando Ameetha Banu, una mujer con el pelo ya completamente blanco, me dijo casi con lágrimas en los ojos que le daba mucha pena que se acabara el proyecto porque para ella el personal de PDI era ya como de su familia y que los iba a echar mucho de menos. O también cuando Muthammal, que cuando empezó el proyecto no sabía ni escribir su nombre, nos contó que quería seguir estudiando, aprender todo lo posible, incluso inglés. O cuando, al terminar las entrevistas en Kajapettai, nos sentamos para descansar antes de salir para Ramamoorthi Nagar (el suburbio al que más cariño le tengo y uno de los de aspecto más pobre, porque casi todas las casas son de palma), todas a la puerta de una casa, bajo la sombra del alero y compartí un momento de cotidianidad con las trabajadoras y algunas de las beneficiarias, jugando con un niño pequeñito que se debatía entre el miedo y la curiosidad que le producía aquella tía tan rara de pelo y cara descoloridas.


El niño parece pensar: “De dónde ha salido esta paliducha y por qué dice cosas tan raras”.

Más tarde, en Ramamoorthi, un poco apuradas porque se nos acababa la luz (aquí anochece como a las 6.30), pude entrevistar a un chaval y una chavala de 14 años (Ramu y Lathu), nerviosos, pero orgullosos de contarnos lo mucho que habían mejorado gracias a las clases de apoyo, Lathu incluso ha sido la mejor de todo Tamil Nadu el año pasado, los planes y sueños que tienen para el futuro y lo contentos que están porque, ahora que han cumplido los 14, podrán integrarse en los clubs juveniles que se organizan en cada suburbio (y de los que ya os he hablado). Cuando nos marchamos, terminadas las entrevistas y con la noche ya cayendo sobre la ciudad, Ramu se levanta corriendo del grupo de estudio y viene hacia mí con la mano extendida diciendo “Nice to meet you”. Le respondo que el gusto es mío y le pido a Rebeca que les diga a él y a Lathu que sigan así, que son el futuro de la India. Y lo son.

lunes, 27 de agosto de 2007

Descanso dominical

Es domingo y llueve tímidamente. Los altavoces del minarete de la mezquita llaman a la oración, un sonido que ya apenas me perturba cuando se escucha en medio de la noche o de madrugada. El cielo tiene ese indescriptible color amarillo rojizo que en Ibiza indica que va a llover barro y toda la familia disfruta del día de descanso: María consulta el correo electrónico, Kavin y Ambal ven la tele y Manimekalai se afana en la cocina. Bueno, parece que no toda la familia descansa… Es curioso cómo la sensación de pertenecer un poquito a este lugar se ha ido haciendo más intensa a lo largo de esta visita.

Llevo tiempo queriendo escribir sobre una cosa que he ido postponiendo, sobre todo por el tema del pasaporte perdido y hallado en la oficina, y este momento de tranquilidad me parece perfecto. A diferencia de mi anterior visita, en la que no me moví de Tiruchy más que para ir a coger el avión a Chennai, esta vez he tenido mis buenas dosis de furgoneta y carretera y, durante esas horas y kilómetros me asaltó, inesperada pero nítida, una especie de revelación, una realidad que ya conocía sobre el papel, pero que se materializó ante mis ojos con una fuerza que me dejó casi noqueada. La India es unas 6,6 veces más grande que España y, si tenemos en cuenta que en nuestro país hay unos 44 millones de habitantes, trasladando la densidad de población vemos que a la India “le sobran” unos 800 millones de personas, ni más ni menos. Esta no es la revelación, es sólo un dato indicativo que explica por qué a lo largo de cualquier carretera, sin importar a dónde conduzca o lo importante que sea, se ven continuamente poblaciones, poblados, asentamientos, cabañas aisladas. Camino de Karaikal, supongo que por una obra, sufrimos un desvío de la carretera principal que nos condujo por una pista enrevesada que atravesaba campos de arroz y un sin fin de chozas construidas con hojas de palma, como para que venga el lobo, sople y las derrumbe. Atravesamos esos poblados sin electricidad, ni bombas de agua, ni rastro aparente de servicios como locutorio, letrinas, tiendas, escuelas… y de repente, la revelación. Así viven, sólo en la India, cientos de millones de personas (los millones que subsisten bajo el límite de la pobreza son 280 según las estadísticas oficiales, más de 400 según cálculos más realistas). Me sentí como si saliese de mi cuerpo y observase, desde la altura el mar de techos de palma y destartaladas azoteas de adobe, como si pudiese oír las voces de todos sus habitantes y me invadió un terrible desaliento, una desesperación insoportable al saber que esa marea humana podría dejar de sufrir si a algunos les diera la gana y, al mismo tiempo, tener casi la certeza absoluta de que no les va a dar la gana nunca.


Tejados de palma

Afortunadamente para mí, mi optimismo patológico me arrancó de los brazos de la revelación, ayudado por los recuerdos de las personas con las que he estado hablando estos días en los suburbios. A lo mejor, a esas personas tampoco les va a dar la gana de aguantar toda la santa vida que se las trate como si no perteneciesen a la especie humana. Algunas ya empiezan a negarse con gran aínco.

PD1: Mañana os cuento lo del masaje ayurvédico que nos regalamos María y yo esta mañana, que me he puesto muy seria y ahora no procede.
PD2: Segunda semana de castigo por las tardes para Harry. ¡Esparadrapo para esa boca!

domingo, 26 de agosto de 2007

Confesiones de una viajera desesperada

Seguramente, queridos fans (y sé que sois legión :-P) lleváis unos días preguntándoos a qué se debe mi silencio y por fin lo puedo confesar. No había dicho nada hasta ahora para no causar sustos innecesarios, pero no quiero empezar sin dar las gracias por su ayuda y su apoyo a Moncho, Bea y Jorge, que son los que se han llevado el susto necesario.

La cosa es que cuando llegué a Tiruchy de vuelta de Karaikal me di cuenta de que me había dejado allí mi carterita de Halcón Viajes con los billetes de avión, el pasaporte, todo mi dinero, el DNI y la Visa, ni más ni menos. De tía lista, cuando cambié los euros que me quedaban y me dieron la pila de billetes decidí esconder la carterita debajo del colchón y pensé: “Si lo guardo aquí me lo voy a olvidar… no, no, que no me olvido”. Pero me olvidé. El caso es que cuando llamamos para que la recogieran y me la hicieran llegar… no estaba. Buscaron por todas partes, yo vacié mis maletas (pese a estar completamente segura de que allí no estaba) y la carterita que no aparecía, así que al cabo de un día de búsqueda infructuosa allí y aquí, el viernes me lié la manta a la cabeza y me volví a Karaikal (7 horitas largas de carretera ida y vuelta), a ver si yo lo encontraba y, en caso contrario, a poner una denuncia en la comisaría. Desgraciadamente, por más que busqué no encontré ni rastro, así que a la policía que me fui. Os ahorro la descripción del momento surrealista en la comisaría (hicieron falta dos visitas y como 8 policías para poner la denuncia), pero sí os contaré que se negaron a darme copia de la denuncia, diciéndome que hasta el lunes nada, que era el procedimiento para casos de pasaportes perdidos o robados y que, por supuesto, mi presencia era necesaria para firmar el certificado.

Mientras tanto, mis intentos de contactar con la Embajada Española en Delhi y con Air France en Chennai (con la oficina de Vigo ya había hablado Moncho) resultaron infructuosos por diversas cuestiones de horarios de trabajo y líneas saturadas. Esto a viernes por la tarde y sin posibilidad de avanzar los trámites hasta el lunes, día que tendría que pasarme en la carretera para ir a Karaikal. Teniendo en cuenta que para entonces me quedaría una semana justa en la India y con las –nefastas– experiencias previas de IND con la embajada española como referencia, digamos que no estaba precisamente tranquila.

Por eso os imaginaréis mi cara de felicidad cuando, estando con Bobby a la caza de modelos de churidar cortos y sin mangas para plagiar (ya os contaré), me sonó el móvil y Ambal me informó encantado de la vida de que la carterita dichosa, con todo su contenido, había aparecido… en un sitio donde yo había mirado como 3 veces y donde, estoy segura, no la puse en ningún momento.

No resulta muy difícil deducir que alguien se acojonó en el momento que entró en juego la policía y la puso allí. Supongo que a Ambal no le hará gracia, porque eso significa que fue alguien de la oficina, pero yo estoy encantada de la vida, porque ya me veía camino de Delhi para arreglar lo del pasaporte.

Para celebrarlo, mañana domingo, día de repingo, vamos María y yo a que nos den un masaje ayurvédico, que dura dos horas y te deja (por lo que cuentan María y Bobby) como si acabaras de nacer. También tuve mi momento de celebración con Bobby, en el instante de recibir la noticia: aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, y que estábamos en una tienda de ropa, me di a las compras compulsivas y adquirí tres churidares (uno para mí, dos para regalar), dos saris, dos nighties (uno tipo seda de Cachemira más chulo que un ocho, ambos para mí) y cuatro juegos de bangles (pulseras rígidas que llevan las indias en gran número).

Cuando llegué a casa, María casi me riñe por dejarme llevar así por mi adicción a la compra, pero en lugar de eso, lo celebramos con esta bonita foto para recordar el momento.


Yo como podéis apreciar, ya llevo puesto mi nighty nuevo, pero el cutrillo de algodón, no el chachipilongui de seda.

Hoy no tengo ganas de contar nada más, a ver si mañana saco un rato y os informo de mis deberes para los días que me quedan, que tengo que hacer unas cosas muy interesantes.

Besos felices y despreocupados.

PD1:¿Pero es que nadie más ve esos caballos esqueléticos? El 5º libro ya está en mi poder, espero no ventilármelo antes de marcharme y que me llegue para el avión (aunque seguramente dormiré casi todo el vuelo). Cris, no sufras, nada más lejos de mis intenciones que leerme el 7º libro sin pasar antes por el 5º y el 6º, sólo pensaba comprarlo aquí dando por sentado que sería mucho más barato que allí, pero dado que cuesta 1.000 Rs (unos 18 €), paso de ir cargando con él. El 5º, que es de pasta blanda, me ha costado 500 Rs. Teniendo en cuenta que, por ejemplo, el menú del día en un restaurante cuesta unas 25 Rs y los saris los hay desde 150 Rs (acrílicos, no de seda, claro), os hacéis una idea de lo CARÍSIMOS que son los libros aquí, sobre todo los que están en inglés.
PD2: En cuanto a si Harry es un maulas llorón como apunta Rosalía, prefiero discutirlo en persona ;-)
PD3: Moni, gracias por hacerme de mensajera con mis padres, que si no los pobres están incomunicados. El otro día mi madre amenazaba con comprarse un ordenador. A ver si es verdad, pero si siguen a golpe de módem no sé yo si le valdrá de mucho… (no te enfades, mami).

jueves, 23 de agosto de 2007

Adios, Karaikal

Son las 7.40 de la mañana y llevo una hora despierta. El calor de horno que hace en casa de Ambalavanan y la cama dura como una piedra que ahora mismo tortura mis posaderas no animan precisamente a hacerse la remolona.

Ayer nos despedimos de Karaikal y del mar ya definitivamente. Por la mañana hicimos un par de visitas y después de comer, carretera que te crió. Me ha dado pena dejar Karaikal, con su tranquilidad, sus canales, su brisa del mar y su naturaleza. En Tiruchy, aunque no tienes la sensación de estar en una ciudad tal y como la entendemos nosotros, tampoco tienes mucha oportunidad de ver plantas y animales, pero Karaikal es un distrito rural y he podido ver de todo. Además de la habitual fauna doméstica de cabras de diversos tamaños y colores, vacas, gallinas y cerdos (en la que incluyo los búfalos y otros bichejos menos agradables, como las cucarachas tamaño goma Milán nata, las escolopendras gigantes, las salamanquesas que, al caer la noche empiezan su escabechina de mosquitos y otros insectos en las proximidades del tubo de neón y unas hormigas minúsculas que, por alguna razón, gozan alimentándose de los dedos de mis pies), he tenido la oportunidad de ver elefantes, ardillas grandes y pequeñas correteando por los árboles y saliendo escopetadas de las cunetas al paso del auto, decenas de monos jugando entre las ramas de los banianos y alborotando con gran griterío, jabalinas con sus jabatos, la veloz sombra pálida de una mangosta, un par de camaleones, diminutos y pálidos cangrejos casi transparentes que habitan en agujeros excavados en la arena y mariposas como la palma de la mano de un niño. Pero lo que más hay es aves: desde los omnipresentes cuervos negros de pecho pardo y enorme pico recto y afilado, hasta los pavos reales (el pájaro nacional de la India) que viven en el bosque en total libertad, pasando por águilas pescadoras que planean sobre las marismas y se lanzan sobre su presa, igual que los martines pescadores, que atraviesan la superficie del agua como flechas verde mar. También he visto palomas enormes, pájaros mina caminando a saltitos y un sinfín de rapaces, aves marinas y otros pájaros que no podría identificar. Cuando anochece y al amanecer, las copas los árboles se llenan de un coro de voces que, salvo las de los pavos reales, no he oído nunca y me hacen sentirme, con solo cerrar los ojos, como si estuviera en la peli La selva esmeralda.


Aunque lleven generaciones y generaciones al servicio de los humanos, los búfalos, que a mí me parecen tan exóticos, conservan en la mirada ese algo de animal salvaje que te deja claro que no se andan con coñas.

Karaikal y Tiruchy son muy diferentes y no me refiero al hecho evidente de que el primero sea un distrito rural y la segunda una ciudad, sino a las personas del proyecto, a la comunidad beneficiaria. En las aldeas de Karaikal las casas son más grandes (tienen más espacio para construir que en la ciudad), hay árboles y flores, campos de cultivo y menos suciedad y en algunas se ve el mar (cosa que a veces te produce un destello de miedo cuando lo intuyes entre las palmas por el rabillo del ojo y lo imaginas retirándose a toda velocidad para abatirse con furia sobre las casas). La brisa alivia el calor y las vacas y las cabras comen hierbas, plantas y cortezas de los árboles, no despojos de las casas amontonados por las esquinas, pero en realidad, todo esto es un espejismo, porque en las aldeas de Karaikal la pobreza es mucho más grande que en los suburbios de Tiruchy. Y no me refiero sólo a la pobreza material. En estas aldeas todavía son mayoría las mujeres que viven cerradas en sus casas, sin salir más que lo imprescindible para realizar las labores de la casa; muchas de las que piden crédito lo hacen para financiar o mejorar los negocios de sus hijos adultos o de sus maridos, echándose a las espaldas una deuda que no va a repercutir en su bienestar, porque en la mayoría de ellas no gestionan el dinero de su familia (ayer hablé con una que había pedido un crédito para mejorar el taller de su marido que, ni corto ni perezoso, se había comprado una moto con los beneficios obtenidos de la mejora). Los hombres, o la mayoría, siguen sin implicarse en las labores comunitarias y familiares y en las entrevistas, a menudo se sientan junto a sus mujeres para supervisar lo que dicen… en el caso de que las dejen hablar y no respondan por ellas directamente. También se ven niños jugando por las calles en horas lectivas, o cargando agua, o cuidando del ganado. Se nota que, en los dos años que lleva el proyecto, se ha tenido que emplear demasiado tiempo y esfuerzo en mitigar, o al menos intentarlo, los efectos del tsunami y que el trabajo de desarrollo va mucho más lento que en Tiruchy.



Este niño, que debería estar en clase, aparentemente tiene claro que de mayor quiere ser estrella de cine. ¿Para qué va a ir al cole?

Sin embargo, ayer me entrevisté con Bavani, que tiene 18 años, vive con sus padres y por las mañanas da clases para otra ONG por 500 Rs al mes (unos 10 €). Bavani y otras chicas de la aldea, un reasentamiento post tsunami de casas clónicas y muy pequeñas, han formado un grupo de ahorro en el que ninguna supera los 24 años. Sonríe mucho y se esfuerza por contestar en inglés todo lo que puede, no le gusta no poder comunicarse directamente conmigo. Me cuenta que en el grupo no están haciendo actividades que no sean de ahorro, pero que van a organizar una campaña de presión para conseguir que les asfalten las calles de la aldea, que ahora mismo son de tierra apelmazada. Le preguntamos si discuten los problemas familiares entre ellas y si intentan buscar soluciones. Se enfada y nos dice que cuando lo intentan les dicen que se metan en sus asuntos y no las toman en serio porque son muy jóvenes, pero que no se piensa rendir, porque eso de ser tan jóvenes se les pasa pronto.

Empieza a oler a dosas, me voy a desayunar.

PD1: A partir de ahora, escribiré también la crónica del blog de IND (www.implicadas.blogspot.com), que será en gallego, pero os recomiendo que no os perdáis la crónica-resumen del Vanakkam que escribió Susana, es preciosa y refleja muy bien lo que ha sido el programa. ¡A lo mejor para el año que viene os animáis alguno a participar!
PD2: Tenías razón, Cris, ya me he ventilado el cuarto y ahora no tengo qué leer. Si me surge la oportunidad, hoy mismo me compraré el quinto en inglés, a ver si con eso aguanto hasta el final, aunque creo que aprovecharé para pillar el séptimo, que me saldrá más barato que en España. ¡Estoy deseando compartir impresiones con vosotros!
PD3: Muchas gracias a los que me dejáis vuestros comentarios, me gusta mucho leerlos, porque de lo contrario me da la sensación de que no escribo para nadie... ¡y me levanto a las 7 para hacerlo!

martes, 21 de agosto de 2007

Manos a la obra

Después de un domingo de asueto, el lunes volvemos al trabajo normal, o mejor dicho empezamos, porque el Vanakkam no ha tenido gran cosa de normalidad. Ha sido genial, pero normal, no mucho. Estos días en Karaikal son más que nada para mí, porque María estuvo en febrero y tiene todo muy reciente.

Las mañanas no son especialmente productivas, porque la gente está trabajando y los niños en el colegio, por lo que es difícil reunirse con nadie. Visitamos una aldea y entrevisto a varias mujeres que han recibido crédito, formación o ambas cosas para poner distintos negocios: un taller de costura, manufactura de productos de limpieza… Otra mujer nos muestra la casa que se han construido con las ayudas del gobierno y un crédito que pidieron al proyecto. Sin embargo, nos cuesta encontrar en casa a personas que entrevistar, así que nos volvemos a la oficina a comer. El auto avanza a toda pastilla por las pistas que conducen a las aldeas y al dar la vuelta a una curva, nos encontramos de frente con un elefante, conducido por su kornaka, caminando tan tranquilo por la carretera. Me produce gran emoción ver por fin a uno libre, aunque no salvaje, y me bajo del auto a todo correr para sacarme unas fotos y acariciarle la trompa. De pie a su lado impresiona su tamaño.


La inesperada aparición del elefante fue inmortalizada en foto y en video.

Las horas del mediodía son, últimamente, insoportables. El calor te aplasta y sientes la imperiosa necesidad de tirarte al suelo sobre las baldosas frescas (que no frías), así que permanecemos en la oficina, bajo los ventiladores, tratando de respirar y de hacer algo de provecho, en mi caso, la crónica para el blog de IND, que en realidad ha sido más bien una traducción adaptada de la última de éste. A partir de ahora se me empezará a acumular el trabajo. Ya tengo un montón de tareas asignadas para cuando vuelva a Tiruchy, casi todas ellas relacionadas con el mundo audiovisual y con los productos que pretendemos empezar a importar (fabricados por las mujeres del proyecto), así que creo que me lo voy a pasar pipa, ya os iré contando.

Por la tarde, regresamos a Tsunami Nagar, donde ya habíamos ido con el grupo, a presenciar una reunión de uno de los grupos de ahorro. María tiene clase de danza, por lo que me quedo sola ante el peligro, descontando la presencia de Bobby, que me hace de traductora y de apoyo. Tras un pequeño tira y afloja para conseguir que las mujeres a) no se empeñen en que me siente en una silla b) dejen de prestarme atención y se centren en lo suyo, me retiro a un rincón y observo, mientras Bobby me va resumiendo lo que ocurre. Son dieciséis mujeres, algunas con sus niños pequeños que no habrán podido dejar al cuidado de otra persona, sentadas, supuestamente, en el porche de una de ellas, pero no caben y acaban ocupando parte de la calle de tierra apelmazada. Los niños juegan, se pelean, gritan, lloran y trepan por sus madres y en el descampado adyacente, un escuálido perro marrón rojizo aúlla insistentemente sobre un montón de grava de las obras que la comunidad está realizando. Y en medio de ese caos, las mujeres recogen sus cuotas mensuales, ponen los libros al día, asignan tareas y préstamos. Se organizan. Nada las perturba. La presidenta anima a las integrantes más pasivas a implicarse en las reuniones de la federación de grupos. Una mujer pide mejoras en el programa. Cae la noche y se encienden los fluorescentes de las pocas farolas que alumbran la aldea. Nos vamos sin molestarlas y ellas siguen discutiendo sus asuntos porque tienen que cambiar sus vidas y, de paso, su país.


Bonito y aireado local de reunión.

PD: Un colacuerno no es nada contra una Saeta de Fuego bien manejada.
PDD: Tina, los collares que te molaban a ti solo los he visto en oro y son caros, no se si prefieres hacerme otro encargo...

lunes, 20 de agosto de 2007

Resumen de lo [no] publicado

El reloj marca las 9 de la noche y la brisa del mar empieza a refrescar un poco el sofocante calor que nos acompaña estos días. Ambal lee un libro, María mira el correo en el ordenador de la oficina y Bobby acaba de llegar con algunos productos que ha comprado para “casa”. “Casa” es la oficina del proyecto en Karaikal, que consiste en dos pequeños pisos (casi apartamentos, para nuestro criterio), uno dedicado a vivienda y la oficina de Ambal y el otro a oficina del personal y sala de ordenadores para las clases. Hoy ha sido día de descanso, después de lo que podríamos denominar el “Tour de TamilNadu y Pondicherry” y la verdad es que falta hacía. Con el amanecer, llegamos de regreso de Chennai, después de dejar a los participantes del Vanakkam en el aeropuerto y de 6 horas de viaje por malas carreteras y nos metimos en cama. Pero bueno, mejor empezar las cosas donde las habíamos dejado, que debo crónica de muchos, muchos días.

El martes, nuestro último día en Tiruchy, invitamos a comer al personal del proyecto, así que decidimos vestirnos todas con nuestras mejores galas, es decir, con nuestros saris de seda. La cosa no fue tan fácil como se podría pensar, de hecho tardamos mucho en hacerlo y acabó teniendo que echar una mano María. Sin embargo, el resultado (como se puede ver a continuación) fue excelente y nuestro “esfuerzo” fue recompensado con abundantes piropos.


Pasarela Tiruchy 2007 y espontáneo (Tito)

En fin, maleta, últimas compras compulsivas y agotadoras y a camita, que nos espera un largo viaje.

El miércoles transcurrió casi entero viajando de Tiruchy a Karaikal. Teniendo en cuenta que hay unos 230 km de distancia os podéis hacer una leve idea de lo que es moverse por aquí. Y aunque es verdad que hubo sus paraditas turísticas o logísticas, salimos a las 10 de la mañana y llegamos casi a las 8 de la tarde. Eso si, el paisaje era precioso. La carretera va pegada a la costa y serpentea entre palmerales, bosques llenos de flores naranjas, amarillas y fucsia e interminables campos de arroz de un verde muy vivo. De vez en cuando, aparece el mar y pudimos ver enormes salinas, con sus montañas de sal cubiertas de hojas de palma secas y trenzadas y zonas más turísticas (turismo indio, principalmente), donde la gente nos saludaba desde las lanchitas que recorren las bahías. Íbamos parando a cada rato para que Marcos y Tito (aunque más bien Marcos, todo hay que decirlo) se bajase a grabar a la gente trabajando el campo, un rebaño de búfalos pasando, niños bañándose en el Cauvery (que nos acompañó todo el camino) o en los canales, que abundan en la zona, una pachanga de cricket...

Hacia el mediodía llegamos a Thanjavur, donde hay un templo precioso, pero que posee el grave defecto de llamarse "el templo sin sombra" y el jodío hace honor a su nombre. Pese a que nos pusimos todos calcetines, el suelo abrasaba y no se podía estar quieto demasiado tiempo en el mismo punto, había que estar dando pasitos todo el rato para no quemarse los pies. Eso sí, el templo es precioso y muy diferente a todos los que había visto hasta ahora: nada de colorines por todas partes, ni torres gigantescas, sino que es de una piedra color chocolate, parecida a la caliza y hierba y árboles para sentarse a su sombra. De todos modos, la hora no acompañaba y el calor era sofocante, incluso tirados en la hierba a la sombra de un árbol enorme. Llegado un punto, yo tenía tal agobio que mi cara era esta:


Foto que me sacó Ambal cuando estábamos tirados “al fresco” para descansar un rato. De mi cabeza debería salir un bocadillo con el texto "Mátame, camión".

Una última parada antes de llegar a destino: Velanganni, una especie de mezcla entre Lourdes y Benidorm que me resultó de lo más desconcertante y cuya visita me hubiera ahorrado de mil amores. Una enorme basílica de un blanco inmaculado que refleja el sol como un espejo y deslumbra al más pintao (aunque por suerte para nosotros ya casi estaba anocheciendo cuando llegamos) atrae a miles de fieles y visitantes y, por supuesto, mendigos y vendedores. Para añadir gracia a la mezcla, que se ve que no tenía suficiente, era el día de la independencia, por lo que el personal abundaba todavía más de lo normal. En la iglesia en sí no tuvimos demasiados problemas, salvo el pobre Marcos que ya tiene la cruz encima permanentemente: en cuanto saca la cámara, le salen amigos por todas partes. El baile empezó cuando bajamos hasta la playa (invadida de gente, chiringuitos, vendedores, carritos de helados, puestos de tiro al blanco y hasta minitiovivos que llegaban hasta la misma orilla del agua) y nos convertimos en la principal atracción de la feria, sobre todo cuando los cochinos traidores de Tito y Marcos se quedaron en gallumbos y, ni cortos ni perezosos, se pegaron un baño de padre y muy señor mío, dejándome sola y abandonada en la orilla, bregando con mi frustración por no poder bañarme entre la multitud de fans que insistían en sacarse fotos con nosotras, llevándonos de un lado para otro y acosándonos con preguntas que no podíamos entender ni contestar. Ahora ya sé cómo se siente Angelina Jolie cuando sale a la calle :-S

Cuando bajamos de la furgo en Karaikal nos encontramos a la puerta del Hotel París, donde se alojaron las legiones de “ongeros” que invadieron la región después del tsunami. Aire acondicionado, televisión y teléfono en la habitación, baño propio (aunque algo puerco), servicio de habitaciones, ascensores y botones. Tanto lujo nos dejó patidifusos y nos hizo sentirnos un poco desconcertados, hasta el punto de que todos, o casi, apagamos el aire acondicionado siberiano y nos quedamos con el ventilador de techo de toda la vida, que ya es lo nuestro. Desde luego, todos nos sentíamos mucho más a gusto en nuestra “casa” de la oficina de Tiruchy. Cena en el restaurante “Romeo y Juliet” del hotel, pijamita y a la cama.

Mientras preparaba mi mochilita para el día la mañana del jueves, no se me olvidó incluir un churidar de repuesto, por si caía un bañito en el Índico en algún lugar alejado de mirones. A las nueve se presentó Sahajaraj, con su pedazo de moto, a recogernos y nos consiguió tres autos para ir hasta lo oficina. El paseo en auto resultó un poco raro, porque el tráfico en Karaikal es mucho más tranquilo que Tiruchy y el conductor circulaba con normalidad, sin esquivar otros vehículos ni hacer giros suicidas.



Vídeo ilustrativo de lo que es un viaje en auto en Tiruchy. La banda sonora corre acargo de "automan" y las voces son de Marcos, Tito y Andrea.

Por la mañana nos reunimos con las mujeres de la Federación de Grupos de Ahorro y con Stephen, el consultor que ayudó a PDI a organizarla y ayuda ahora a las mujeres a gestionarla.


Con la barriga ya llena, nos subimos a la furgoneta y nos dirigimos a visitar alguna de las aldeas beneficiarias del proyecto. La primera parada: la diminuta escuela en la que se refugiaron 200 personas tras el tsunami, realojadas temporalmente por el gobierno y a cuyo “cuidado” quedó PDI que enseguida empezó a gestionar una cocina comunitaria para que la gente pudiera comer caliente, ayuda psicológica, asistencia sanitaria…

Siguiente paso: Tsunami Nagar (“nagar” significa lugar), un reasentamiento de toda una aldea, o mejor dicho, de lo que quedó de ella. Era una comunidad que vivía prácticamente en la misma playa, pero no era de pescadores, sino de labriegos. El tsunami borró todas las casas del mapa y diezmó a la población. Los que quedaron vivos no quieren volver a ver el mar en su vida, por lo que el gobierno cedió terrenos para realojarnos a un par de kilómetros de la costa. A medida que nos acercamos, vamos viendo una especie de “miniadosados” pintados de blanco y azul, alineados a lo largo de una calle principal y un montón de callecitas laterales que se cruzan con ella. La calle principal está toda levantada porque la comunidad está haciendo obras. Los niños, sucios y despeinados, juegan entre el material de construcción. Me vienen a la cabeza las primeras escenas de la película Cidade de Deus. Las casas, todas iguales (sin importar lo que poseyera o no antes el actual propietario), las ha construido la Fundación Vicente Ferrer, igual que un edificio para la escuela y otro para centro social. Son edificios de ladrillo, pintados a juego con las casas y con bonitos murales y a su lado, nuestro centro comunitario de madera, chapa metálica y palma resulta realmente patético… pero nuestra chocita está abierta y dentro se dan clases, se realizan reuniones comunitarias, talleres de formación laboral y numerosas actividades, con la ayuda de las dinamizadoras, la trabajadora social y la trabajadora sanitaria. Los preciosos edificios de ladrillo tienen un pesado candado en cada puerta y no ha aparecido nadie por allí desde que los construyendo. Mirándolos, no puedo evitar pensar la de microcréditos que se podrían dar para montar microempresas con el dinero que constó construirlos.

La furgoneta nos conduce al antiguo emplazamiento de la comunidad. Vemos restos de casas y algunas chabolas habitadas, de quienes se aferran a su terruño y, desoyendo la prohibición del gobierno de establecer asentamientos a menos de 500 m del mar, han vuelto al lugar donde han pasado toda su vida. Me abro paso entre los arbustos y el palmeral y de repente, ahí está, inmenso y abierto ante mí, el Índico, enmarcado por una larga playa desierta, de arena blanca, salpicada aquí y allá por coloridas barcas de pescadores que descansan en la arena. El viento juega con unos saris puestos a secar entre los arbustos y, a lo lejos, en el mar, se ven numerosos barcos faenando.

Me resulta difícil describir el enorme placer de sentir el agua tibia metiéndoseme por entre el pelo y refrescando mi cuerpo, empapado en sudor sólo unos segundos antes. El churidar empapado pesa y se me enreda en las piernas, pero no me importa. Sonrío y me sumerjo una y otra vez, jugando con Tito y Marcos, mientras Andrea y Ambal (que nos sorprendió a todos quitándose la camisa y lanzándose al agua) se mantienen un poco más formalitos. En la orilla, el resto del grupo se ríe y nos saca fotos, mientras algún paisano se acerca a mirarnos con curiosidad. Carlos, como siempre, se mete a los niños en el bolsillo y juega con ellos a no sé qué. Fue breve, pero intenso.


El mar soñado, el mar apetecido, el mar, el mar y no pensar en nada.

A las 7 nos presentamos en casa del profesor de Bharathanatyam de María, donde nos ofrecieron un pequeño espectáculo de baile en el que, por supuesto, participó María. Después fuimos a cenar a un restaurante donde me sirvieron en kebab más raro del mundo y donde tenían tan fuerte el aire acondicionado que el pobre Carlos se puso enfermo para lo que le quedaba de viaje. A Andrea poco le faltó.

El viernes por la mañana visitamos otra comunidad reasentada, muy parecida a la del día anterior, sólo que las casas, estas pintadas en blanco y ocre, las había construido otra de las grandes ONG, cuyo nombre ahora no recuerdo. Los terrenos cedidos por el gobierno están cerca de un campus universitario y algunas de las familias las alquilan a los estudiantes, mientras que ellos han vuelto a sus antiguas casas semiderruidas. Esto es lo que pasa cuando se da a la gente cosas que no ha pedido, ni necesita y a cambio de nada, sin ningún esfuerzo ni participación por su parte. La antigua aldea todavía muestra bastante vida, aunque la mezcla de casas abandonadas y destruidas con casas habitadas e incluso un barco arrastrado hasta allí por el mar resulta desconcertante.


Un barco en medio de una aldea, arrastrado por el tsunami y abandonado allí, como una especie de recordatorio.

Estando aquí, sobre todo cuando se ve el mar, no se puede evitar que nos venga una y otra vez a la cabeza lo que debió de ser para estas personas. Miro hacia el agua y no consigo imaginarme el pánico que debieron sentir cuando de repente vieron como una ola más alta que los árboles se aproximaba a toda velocidad hacia sus casas y hacia ellos mismos. Esa misma noche, en Pondicherry, (salimos camino de Chennai después de comer y paramos allí a hacer noche) Sahajaraj, que como ya os he contado, es el coordinador del proyecto de Karaikal, nos contaba a María, Tito y a mí que él mismo sacó de entre los escombros 700 cadáveres. ¡700 cadáveres! El pobre nos lo relata con una media sonrisa y uno no sabe bien qué cara poner cuando una persona te cuenta semejante cosa. Miro su ancha espalda y sus brazos fuertes y me invade un enorme respeto por este hombre tímido y tranquilo y una necesidad imperiosa de llorar, pero no me lo permito. Doy las buenas noches y me voy a la cama.

Mamalapuram es Marina d’Or, ciudad de vacaciones. Los guiris pululan por doquier, hay chiringuitos, tiendas de souvenirs y tarifas para “locales y visitantes”, en la playa hay gente bañándose (las mujeres vestidas, por supuesto, algunos hombres en bañador) e incluso haciendo surf.


Surfero indio en la lejanía.

En los hoteles ofrecen los precios en euros, dólares y yenes y por las calles te asedian vendedores de todo tipo de cosas, desde postales hasta bongos, pasando por collares, conchas y todo tipo de regalitos. Y por supuesto, para qué negarlo, caemos en la compra compulsiva con entusiasmo. La pobre de Bobby se esfuerza por intentar (y casi siempre conseguir) que no nos timen, cosa que a nosotros nos da francamente igual, porque los precios siguen siendo irrisorios y porque el resto del grupo se marcha ese mismo día, así que no tienen mucha más oportunidad para comprar a precios “razonables”.

La primera despedida se me hace más dura que las demás, porque a Tito y a Marcos no los voy a ver en cuanto llegue, como al resto del grupo (sobre todo a Tito, mi compi de fumeteo, que vive en Lisboa). Al menos me siento reconfortada por los abrazos de oso que me dan al decirnos adiós y por las promesas de mantenerse en contacto por e-mail. Cuando me subo a la furgo, bajo la lluvia torrencial que ha comenzado a caer sólo unos momentos antes, un nudo en la garganta me impide casi hablar. Se me llenan los ojos de lágrimas, pero disimulo, porque todo el grupo me empieza a preguntar cuánto dinero hay que poner (nos han tratado tan bien y nos han dado tantos mimos que no han llegado los 200 € por cabeza que pusimos en principio y aunque María tenía pensado pagar la diferencia, todo el grupo se negó en redondo y hay quien incluso ha dejado dinero de más), cuánto son 40 € en rupias y cuestiones similares, así que hago de tripas corazón, me trago la lagrimita y me meto en el traje de coordinadora, que por cierto, no me he puesto demasiado a menudo durante el viaje.

La despedida en el aeropuerto de Chennai se me hace más llevadera y la tarea de grabar el momento del adiós me facilita la “contención lagrimal”. Espero pronto tener noticias de ellos y sé que todos han disfrutado la experiencia hasta la última gota. Se van con pena, pero contentos, igual que nosotros al regresar a la furgoneta que nos devolverá a Karaikal.

PD1: Para los que preguntáis, las inundaciones fueron en el norte, a cientos y cientos de kilómetros de aquí, así que no hay peligro.
PD2: Final del mundial: Irlanda 170 – Bulgaria 160

martes, 14 de agosto de 2007

Freaky Monday

Hoy ha sido un día un poco raro y un poco improductivo. Por algún motivo que no acabo de comprender, salimos tardísimo a visitar C Block, un suburbio donde nos teníamos que reunir con mujeres de las clases de alfabetización y voluntarias del programa de sensibilización de género [traductores, abstenerse de comentarios], así que la visita no llegó a una hora, porque a las 2.15 teníamos que estar en el centro de Tiruchy para ir al cine.


Una bonita muestra de los increíbles ojos de las mujeres tamiles

La película no me gustó especialmente, aunque es posible que esto se deba a que la “acción" tardó bastante en arrancar y me quedé dormida los 45 primeros minutos, más o menos, por lo que cuando desperté me resultó imposible pillarle el meollo al asunto simplemente sacando toda la información por el contexto. Dos datos para contextualizar: aquí todas las pelis duran tres horas y, evidentemente, las dan en tamil.

Después del cine fuimos a cenar a casa de Ambalavanan y Manimekalai, que nos preparó una cena que parecía aquello la boda del monzón. La verdad es que todos comimos demasiado para que no se pensase que no nos gustaba la comida (que, por otra parte, estaba buenísima) y por la noche di más vueltas que una noria (y eso que no era muy picante).

Volvimos a casa en un taxi en plan minifurgo en el que, a todas luces, no cabíamos y Carlos, Ana y Susana tuvieron que apiñarse en el maletero (ver prueba documental adjunta). Lo chungo fue cuando tuvimos que parar a recoger a Bobby y hubo que hacerle sitio. De esa parte del trayecto fue imposible recoger testimonio gráfico porque no había manera de meter a todo el mundo en plano. Nos echamos unas risas increíbles, yo creo que el conductor pensó que íbamos borrachos o algo.


Prueba documental del momento lata de sardinas

El remate fue cuando, ya en casa, en ese momento de tertulia previa a acostarnos que siempre tenemos, se asomó a nuestra puerta Shivá, el cocinero, que por cierto, es gay, y se puso a señalar a Dolores. Aunque no habla inglés, me levanté enseguida y fui hacia él, pero negó con la cabeza y siguió señalando a Dolores. Carlos también se levantó, pero nada, siguió haciéndole señales a Dolores de que bajase, con una cierta cara de cachondeo. Ante el estupor general, Dolores volvió a subir partiéndose de risa, con un sujetador en la mano. Resulta que el viento se había llevado del tendal el sujetador, que había quedado enganchado en un árbol y el buen hombre supongo que no se atrevería a recuperarlo por su cuenta y riesgo, no fuera a ofender. Cómo sabía que era de Dolores y de nadie más, es un misterio.

Mañana es la despedida de Tiruchy. Hemos organizado, o mejor dicho, vamos a financiar, porque la organización corre a cuenta de PDI, una comida de despedida con todo el personal del proyecto, unas 30 personas, animadoras incluidas. Han montado una carpa en la azotea y todo. Tengo ganas, pero me da pena. Ya sé que yo me quedo 15 días más después de que se marche el grupo, pero de alguna forma, comparto la sensación que tuve en su momento de que los días que quedan son menos que los que ya han pasado y que se va acabando lo que se daba.

PD: Me podéis dejar un comentario y todo, que no me enfado, pandilla de gandules.

lunes, 13 de agosto de 2007

Madurai

Lo sé, me estoy volviendo un poco vaga con las crónicas, pero es que con el grupo no me queda demasiado tiempo libre. No hay noche que me acueste antes de las 12 o la 1 y a las 7 me suena el despertador. Intento escribir la crónica por las mañanas, pero no siempre tengo tiempo, porque hay que planificar las actividades del día. Por ejemplo, hoy tenemos uno movidito: por la mañana, visita a dos suburbios y por la tarde, cine, otro suburbio y cena en casa de Ambalavanan y Manimekalai. O sea, que volveré a acostarme a las tantas.

Ayer fue el primer día que no hubo súper debate después de cenar: el día en Madurai los dejó a todos KO. Cuando, a las 9 de la mañana (aunque estaba previsto salir a las 8.30), salimos de casa, nos sorprendió ver la furgo “lujosa” que nos había traído de Chennai. Bueno, una parecida, porque esta incorporaba incluso el súper lujo de miniventiladores en el techo, a modo de aire acondicionado. El camino de ida fue amenizado por la película tamil Anniyan, de argumento difícil de explicar, pero que se resume en la historia de un abogado de casta brahmán (la más alta) que, por la frustración que le produce su carácter tipo suizo o alemán en un país tan caótico y poco amigo de seguir las reglas como la India, desarrolla una triple personalidad: la suya, la de un chuleta piscina (para poder ligarse a su vecina, de la que lleva 8 años enamorado en silencio) y la de un implacable justiciero en plan Punisher, que se carga a todo el que se encuentra abusando de su prójimo. No os creáis, que la peli tiene su miga filosófico-política… y unos bailoteos que no son de despreciar.

Al bajarnos del bus en Madurai, bajo el abrasador sol de la una de la tarde, nos dimos cuenta de que, en realidad, en Tiruchy no hace tanto calor. Y encima, en el templo no sólo nos obligaron a quitarnos las sandalias (cosa que ocurre en todos), sino que no nos permitieron ponernos calcetines, así que os podéis imaginar el cachondeo generalizado entre el personal al ver 10 guiris en hilera corriendo a saltitos para no quemarse los pies por las ardientes losas del templo. Por suerte, enseguida descubrimos que el templo cerraba de 2 a 4, por lo que decidimos marcharnos a comer algo y volver un poco más tarde.

Mi estómago todavía no se había enterado de que ya me encontraba bien y se negó a ingerir alimento alguno, cosa que ocasionó gran pesar al personal del restaurante y no hubo manera de hacerles comprender que el problema no era con su comida, sino con mi sistema digestivo. Se sintieron un poco más aliviados cuando les dejé que me trajeran un zumo de mango, que bebí con deleite.


Montaña de arroz que dejé prácticamente intacta, para gran disgusto de los camareros.

Mientras esperábamos que abriese el templo grande, aprovechamos para visitar otro, muy pequeño, pero famoso por unas aguas milagrosas. Nos alejamos de Madurai hacia el sur y enseguida comenzamos a ver campos de arroz, la vegetación empezó a hacerse más espesa y el terreno a empinarse. Después de viajar a través de los cientos de kilómetros de la interminable llanura que se extiende entre Chennai y Madurai (unos 500), apreciamos algo de curvas y cuestas arriba. Al acercarnos al templo nos fuimos metiendo en lo más parecido a una romería que me puedo imaginar en este país: cientos (¿miles?) de personas de todas las edades, en grupos, en familia o solas, descansando o comiendo a la sombra de un árbol, comprando recuerdos u ofrendas en los numerosísimos puestos y, sobre todo, moviéndose poco a poco hacia la cima de la montaña, donde se encuentra el templo y la fuente milagrosa. Mientras la furgoneta se abría paso entre la multitud, fuimos descubriendo en los árboles nidos de colibríes, mariposas del tamaño de la mano de un niño y, sobre todo, innumerables monos que jugaban y se peleaban añadiendo unos cuantos decibelios al estruendo general que reina en la India noche y día. El templo no era nada del otro jueves, pero valió la pena la visita sólo por ver el paisaje y los peregrinos, a los que, por cierto, les resultaba muy gracioso verme vestida de sari y de los que recibí numerosos piropos que Bobby amablemente me tradujo.


Romería a la india

De vuelta en el gran templo de Meenakshi, a las 4.30 de la tarde, comprobamos con deleite que el suelo ya no ardía tanto (tened en cuenta que aquí a las 6.30 ya es de noche) y recorrimos sus salas y sus patios con más tranquilidad. No tuvimos tiempo de verlo todo, porque Marcos y Tito se marchaban a Kanjakumari, la ciudad más austral de la India, y tenían que coger el bus, pero sí nos dio tiempo de entrar en la sala de las 2.000 columnas, en los templetes de Nandi, de Shiva y de otros dioses que no reconocí (y que quizá no conozco) y en el estanque del loto de oro, donde el loto en cuestión es del tamaño de un coche y es de oro de verdad, no lo dicen por decir.


Ambal y yo posando junto a la estatua de un elefante en la sala de las 2.000 columnas.

Otra vez están a punto de traernos el desayuno, así que no os voy a contar la peli que vimos en el camino de vuelta, pero era una interesante mezcla entre Seven y Harry el sucio, con algunos toques progresistas (como que el protagonista se enamora de una divorciada con una hija y todo) que no había visto antes en el cine tamil.

Nos quedan dos días en Tiruchy, el miércoles salimos hacia Karaikal.

domingo, 12 de agosto de 2007

Medio pocha

[Esto lo escribo desde el ordenador de Ambalavanan, por eso no pongo acentos ni enhes]

Ayer estuve medio pocha, me levante y antes de desayunar ya habia ido seis veces al servicio. Me drogue convenientemente, pero hasta la hora de comer me encontre bastante mal, por lo que la visita a la universidad ha quedado como un recuerdo bastante difuso.

Mientras los demas comian me meti en cama a dormir y al despertarme me encontre lo suficientemente bien como para acompanhar al grupo que iba de compras. Os ahorro la pesadilla de ir 9 personas a comprar regalos a saco, cuando de esas 9 personas solo 2 nos podemos hacer entender... con nuestra traductora, Bobby. En fin, nos llevo toda la tarde y no conseguimos terminar con todo.

Hoy vamos de excursion a Madurai, una ciudad turistica que esta a unos 100 km al sur, antiguo mercado de la ruta de la seda.

No me puedo enrollar, que tengo que desayunar. Esta noche cuelgo fotos y todo.

Besos.

PD: Los dementores custodian la entrada de Hogwarts.

sábado, 11 de agosto de 2007

Reencontros

[Hoxe a crónica vai en galego, porque me toca escribila tamén para o blog de IND. Se o queredes visitar, o enderezo é www.implicadas.blogspot.com]

As dez e media da mañá comeza o goteo de integrantes do proxecto da SIDA/VIH. Esta é unha iniciativa de PDI financiada por USAID, na que IND non participa, pero si está interesada. PDI traballa en 60 suburbios, cunha poboación total de 70.000 persoas e unha poboación obxectivo de 60.000. Mentres vai chegando o grupo que nós imos entrevistar, Bobby, a coordinadora do programa e xa amiga nosa, explícanos en qué consiste o proxecto que, por certo, rematou hai dous meses, polo que o persoal está traballando de balde mentres non se atopa financiamento para iniciar un novo. E iso que se trata dun proxecto modelo, ao que acoden para aprender e replicalo traballadores de numerosas organizacións.

Tras unha pausa para o cotián té ou café, ímonos reunindo con representantes das diversas facetas do proxecto: beneficiarias infectadas do VIH, que actualmente, grazas a xestión de PDI están a recibir tratamento con antirretrovirais e suplementos alimenticios; educadoras e educadores de rúa, que, co seu traballo voluntario, axudan a difundir no seu entorno as prácticas preventivas e paliativas; e os coñecidos como eunucos, homes homosexuais que se ven obrigados pola sociedade a levar unha dobre vida como homes e como mulleres e que acaban case invariablemente no mundo do comercio sexual. As súas perspectivas sobre o proxecto e a enfermidade son diferentes, pero todos coinciden nun punto: o medo, o tabú e o illamento que envolve a SIDA e o VIH, dende ás persoas que a padecen ata as que loitan por erradicala. Tanto preguntamos que se nos bota o tempo enriba: as dúas e media da tarde. Tardísimo, tendo en conta que adoitamos comer á unha... e os nosos visitantes tamén.


A foto pretendía ser só á casa, pero apareceu un neno da nada. A verdade é que a mellorou.

Ducias de nenas e nenos envólvennos cos seus corpiños e os seus berros nada máis baixar do microbus. En Keela Krishnan Kovil Pattu hai só 4 anos que se implantaron as medidas de control de natalidade e nótase. A cativería ri e tolea ante tanta cámara xunta. Nunca tal cousa viron. Trepan por Marcos e Tito, os nosos cámaras e fotógrafos particulares, que están recollendo todos os momentos do Vanakkam, e a tolemia chega a tal punto que temos que dividir o grupo en dous, porque así non hai xeito de entrevistarse con ninguén.


Tito, rodeado duns poucos nenos, despois da división da morea inicial.

Uma, a traballadora sanitaria (en realidade o seu nome é máis longo, pero somos incapaces de lembralo enteiro), conduce ao grupo para o que me toca traducir á minúscula casa dunha beneficiaria. Cando entramos, preocupada por sentarme de xeito que collamos as sete persoas adultas e os dous meniños que pretendemos meternos dentro, non reparo na dona da casa. Por iso a miña sorpresa é maior cando me viro cara a ela e recoñezo unha cara familiar que me alegra moitísimo ver: ¡Rani! Rani foi unha das primeiras animadoras do proxecto, traballo que deixou para ter dous meniños, e agora, xunto con tres compañeiras máis, pediu un crédito para iniciar un negocio de fabricación de incenso e produtos de limpeza. Levan so dous meses, mais polo de agora vailles ben a cousa. Pero Rani non se conforma con pouco, quere o mellor para ela e a súa familia, e nos conta que, coas súas compañeiras, pretende pedir máis crédito cando remate de pagar para ampliar o negocio, poñer unha tenda, estudar informática... “Eu por querer, quero facer tantas cousas... ¡Pero non me chega o día!”

Seguímonos movendo polo suburbio, seguidos por unha restra de nenos, coma o frautista de Hammelin, e imos coñecendo máis persoas que están a cambiar a vida mediante créditos que lles concede PDI (créditos a un 1%), que lles permiten mercar a materia prima ou as ferramentas que significarán a diferenza entre o traballo escravo e a independencia económica e laboral: un taller de sandalias, un negocio de venda de especias, un posto de venda de iddlis (unha especie de boliñas de pasta, típicas para o almorzo).

Os últimos minutos son para dúas das voluntarias sanitarias do suburbio: mulleres que dedican o seu tempo libre a levar ao médico as súas veciñas e veciños, a organizar os campos sanitarios, a participar nas campañas de sensibilización... Mulleres que, ademais, participan nos grupos de aforro, traballan fóra da casa e levan a familia, mulleres que son o presente e o futuro.

Cae a noite cando baixamos do microbus en Paduvai Nagar, na nosa segunda visita, esta vez para asistir a unha das representacións de teatro na rúa que realizan o persoal e o voluntariado do proxecto da SIDA para sensibilizar divertindo: teatro, cancións e mesmo baile.

Hoxe, ao noso pesar, o público resúltalles un pouco difícil: constituído case na súa totalidade por nenas e nenos, son moitos os que atopan máis interesante a nosa presenza, as nosas cámaras, os sorrisos e mesmo os bailes de algúns dos participantes que a representación que teñen diante do nariz. Nós, sen embargo, apreciámola moito e aplaudimos malia que non entendemos unha palabra.


Andrea, sentada no medio do público infantil subversivo. Podedes ver que algunhas cariñas están viradas cara a nós, e iso que saquei a foto achantada...

Rematada a función, perseguidos novamente polo efecto Hammelin, marchamos para casa xa máis tarde do habitual. Non faltou quen botase unha soneca polo camiño.

jueves, 9 de agosto de 2007

Calor

7.15 de la mañana. Lavadita y bien peiná, asomo la patita por debajo de la puerta, o mejor dicho, por la puerta de la terraza y me doy cuenta de que se acabó lo que se daba: hoy toca calor. Hasta ahora habíamos tenido un tiempo relativamente fresco y nublado, hasta el punto de que por las noches algunas de las chicas se echan una sábana por encima. Esta no creo que lo hagan.

El horario previsto se ve alterado por una visita inesperada: la de Kuttie Rabati, una poeta tamil que, desde hace tres años, vive amenazada (ha tenido que cambiar cuatro veces de número de teléfono) y excluida de cualquier círculo literario en Tamil Nadu (desde entonces no la han invitado ni a una sola conferencia ni a cualquier otro tipo de evento literario) por tener la osadía de publicar un libro de poemas titulados Pechos y dedicados al cuerpo de la mujer. Su buzón de correo electrónico se llenó de mensajes con fotografías pornográficas (los poemas no lo son, ni siquiera eróticos), se han reído de ella en todos los círculos literarios tamiles y el máximo apoyo que ha conseguido de sus colegas ha sido el silencio. Pero Pechos, gracias a todos los mentecatos retrógrados y machistas que se han cebado en la crítica, va ya por la tercera edición, una barbaridad para un libro de poemas escrito por una mujer, y Kuttie Rabati ha publicado ya otros dos libros.


[Carlos y yo, por las calles de Kajapettai]

A las 11.30 nos deja Kuttie y partimos hacia Kajapettai, un suburbio donde nos esperan los integrantes de un grupo de ahorro (en realidad se llaman grupos de autoayuda, porque en ellos se hace mucho más que ahorrar, como ya se ha visto) para personas con discapacidad. Nuestra primera pregunta es, precisamente, por qué decidieron crear un grupo sólo para ellos, en lugar de integrarse en los que existían, con otras personas sin discapacidades. Nos cuentan que ahora están ahorrando y tomando decisiones con personas que se encuentran en la misma o similar situación que ellos, que entienden sus problemas y tienen las mismas necesidades. Son pocos y no hablan mucho. La voz cantante la lleva un chico al que reconozco en cuanto pongo el pie en Kajapettai (de violeta en la foto).


Su “petty shop” (un chiringo donde se venden artículos de primera necesidad) está a la entrada del suburbio y él sale a recibirnos con la cojera que le dejó la polio como recuerdo, aunque ahora es menos evidente que cuando nos conocimos, gracias a unos zapatos especiales que compró con una subvención del gobierno que el personal del proyecto le ayudó a tramitar. En la reunión, nos cuenta que antes de unirse al grupo trabajaba de 9 a 9, de soldador, en un taller donde las condiciones eran duras y peligrosas, para ganar 40 rupias (70 céntimos) al día. Ahora, tras pedir un crédito para poner la tienda, trabaja 8 horas al día, paga los plazos del crédito y le quedan limpias 60 rupias (1,10 €). Suena a mejora mísera, pero ha superado el umbral de la pobreza extrema: ingresos de menos de 1$ al día. Y eso en sólo tres años.

A las cinco (esperamos un rato a que pase el calor más fuerte del mediodía) la furgoneta llega para llevarnos a Rock Fort, el templo más famoso de Tiruchy, situado en la cima de un otero escarpado, de tierra roja, sin rastro de vegetación, salvo un gran árbol que preside la plaza central, antes del último tramo de escaleras. Cruzamos la puerta, dejamos las sandalias y al mirar a mi derecha lo veo: un elefante. El pobre está encadenado, obligado a “bendecir" a los fieles y a los turistas con su trompa a cambio de una rupia y es triste decir que yo también deposito la rupia en su trompa y me dejo bendecir. Su tacto es suave, y un poco húmedo y resulta casi sorprendente la delicadeza con que te toca un animal que podrían aplastarte sin casi proponérselo. ¡Pobre Ganesha!


La foto que me sacaron a mí ha salido borrosa, así que os pongo la de Marcos, uno de los chicos que está grabando el documental

Pienso ahora que debí de contar las escaleras al subirlas, o aunque fuera al bajarlas, pero me temo que al subir me lo impidió la asfixia y al bajar el dolor de rodilla. Digamos que eran millones y no andaremos descaminados. Pero vale la pena, porque las vistas desde la cima son impresionantes: Tiruchy se encuentra en medio de una enorme llanura, la cuenca del río Cauvery (el mayor del sur de la India, con unos 800 km de longitud, según creo recordar) y desde la cima de Rock Fort se ve limpiamente hasta la línea del horizonte. La ciudad, caótica y colorista, el río con sus puentes, los interminables palmerales, los campos de soja… Nos tomamos unos minutos para disfrutar de las vistas y del viento fresco que sopla en la cima.


Una parte del templo, cerrada a los visitantes por unas rejas

La mole roja de Rock Fort se levanta justo en medio de las laberínticas y abigarradas calles del mercado y nos disponemos a recorrerlas y gastar nuestras primeras rupias, no sin que antes Bobby nos compre a las chicas unas guirnaldas de jazmín para ponernos en el pelo. Bobby es así, siempre sonriente y siempre pensando en los demás, hoy sobre todo en la (inexistente) novia de Carlos, para la que se pasó buscando regalos toda la tarde, con el consiguiente cachondeo del personal. El pobre Carlos se embarcó en una batalla de ingenio que duró hasta el momento en que el microbús nos dejó a la puerta de casa (a nosotros y a nuestras numerosas bolsas llenas de churidares y otros textiles), pero el pobre no sabía con quién se las estaba viendo. Combate por KO para Bobby.

PD: Mamá, ayer estrené el sari lila. Bobby quedó impresionada por tu arte cosedor de camisetas. Me dijo que te felicitase por lo bien que te había quedado
PD2: Harry y Ron persiguen arañas en el bosque prohibido.
PD3: Feliz cumpleaños, Moncho.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Dejad que los niños ...

Dieciocho niños y doce adultos en una habitación de 3x2. Los niños cantan y ríen y nos cuentan, con la mayor naturalidad, en qué trabajaban antes de asistir a esta escuela de adaptación para niños explotados y qué era lo que menos les gustaba de su trabajo. Una niña de 11 años, que estaba de sirvienta para una familia rica, nos dice tan tranquila que en realidad ninguna de sus tareas le resultaba especialmente penosa… ni lavar, ni barrer, ni carretar agua o leña para toda la familia. Eso sí, le gusta más el colegio.






Aunque en el suburbio de Kaja Nagar hay una escuela de adaptación (financiada por el gobierno de la India y gestionada por PDI, nuestra contraparte) no es uno de los 10 de nuestro proyecto y eso se nota. Cuando bajamos del minibús nos recibe un descampado lleno de suciedad y desperdicios, casas semiderruidas y cabras pastando entre los despojos. La gente nos mira con extrañeza y curiosidad, porque no están acostumbrados a ver pasar al personal del proyecto continuamente y mucho menos a 11 guiris cámara en ristre.



Sin embargo, en medio de la mugre, al doblar una esquina, nos encontramos 18 caras que nos sonríen con la boca y con los ojos y un coro de vocecitas que pugnan por gritar cada una más que la de al lado: hello, hello! Los niños están peinaditos, limpios y bien vestidos… y deseando decirnos la lección, enseñarnos sus cuadernos, las canciones que han aprendido. Pero más que nada, que les saquemos fotos. Lo bueno es que ahora, con las cámaras digitales al menos pueden ver el resultado :-)

Después de comer, vamos a Panju Kidangu, el suburbio de la paradoja. En Panju Kidangu viven personas de una casta, tan baja que están relegadas a las tareas de limpieza (por ejemplo, de las alcantarillas abiertas) consideradas tan degradantes y serviles que sufren una marginación permanente de ahí que, aunque tienen ingresos fijos por su trabajo (cosa que apenas ocurre en los suburbios), son tan pobres o más que los demás, porque la mayoría de ellos acaban completamente alcoholizados. Y nada más llegar, nos topamos con el que en cualquier otro sitio sería el borracho del pueblo (aquí tiene demasiada competencia), que nos sigue a través de todo el suburbio, esbardallando sin tregua, aunque en un tono nada hostil, eso sí. Recorremos unas callecitas estrechas, flanqueadas de pequeñas casas de adobe, paja y palma, desde cuyas puertas y ventanas nos observan caras amistosas y muchos vecinos salen a recibirnos y saludarnos. Enseguida llegamos a un espacio más abierto, en el centro del cual se encuentra un alpendre donde los niños del suburbio reciben clases de apoyo: una estructura abierta, de bambú con tejado de palma. Los niños nos están esperando, muy alineaditos a la entrada, con sus mejores sonrisas y sus mejores peinados. Las profesoras y la dinamizadora del suburbio disponen esterillas para que nos sentemos en el suelo y empezamos. Me siento al lado de Bobby, que me hace de traductora y voy hablando con los niños, uno por uno. La primera se muere de vergüenza y apenas murmura unas palabras, pero Sangeetha, la segunda a la que le pregunto (¿qué es lo que más te gusta del colegio y qué es lo que más te gusta de las clases de refuerzo?), se explica largo y tendido y hasta me cuenta cosas que no le he preguntado (por ejemplo, lo que hicieron en el “campamento” de verano). Aprovecho que me da cuerda y le pido a Bobby que le pregunte qué quiere ser de mayor: delegada del gobierno para su distrito. Ahí queda eso.

Seguimos charlando con los niños, desde los más pequeñitos, de 6 o 7 años, hasta los más mayores, de 14. Nos cuentan lo contentos que están con las clases de refuerzo, porque aprenden jugando y ahora les va mucho mejor en el cole. Nos cuentan que se levantan a las 6.30 de la mañana para poder ayudar en casa antes de salir para clase, que cuidan de sus hermanos pequeños, a qué les gusta jugar, nos cantan canciones y, por supuesto, nos piden fotos. Para muestra, un botón.



Cuando ya estamos a punto de dejar a los niños para ir a charlar con unas chicas (bueno, y un chico) del grupo de juventud, llega una niña de 13 años que es un caso especial. El año pasado sus padres estaban tan mal de dinero que no podían comprarle el uniforme del colegio (obligatorio en todos los centros, incluso los públicos) ni los libros. El consejo del suburbio se reunió y decidió concederle una beca para que pudiese continuar los estudios y ahora ella sueña con terminar la secundaria y estudiar para hacerse maestra. Esto es lo que pasa cuando una comunidad se hace fuerte y cree en sí misma.

A esas alturas, el alboroto de los niños es casi incontrolable, así que para reunirnos con el grupo de juventud nos marchamos a la azotea de una de las pocas casas que no tiene tejado de palma, despidiéndonos efusivamente de los niños, con muchos “tata” (así dicen adiós los más pequeños) y mucho apretón de manos. En la azotea la charla transcurre con fluidez y normalidad. A diferencia de otras ocasiones, esta vez hablan todos, con nosotros y entre ellos. Nos cuentan que estaban allí cuando llegamos porque en su tiempo libre ayudan a la profesora con las clases de refuerzo para los niños: “nosotros recibimos en su momento y ahora queremos dar”. Son la primera “promoción” de las clases de refuerzo del proyecto, allá por 2003. La mayoría han terminado secundaria y están trabajando, pero una de ellas está acabando el bachillerato y va a ir a la universidad. Nos explican que en el grupo de juventud ayudan a mantener limpio el suburbio o acompañan a las personas enfermas al hospital, pero también que charlan de sus cosas, juegan a juegos de mesa o al tenis. Todos juntos, chicos y chicas. Eso también es un gran avance.

El sol empieza a caer y nos tenemos que marchar. Le pido a Bobby que les diga que les deseo mucha suerte para el futuro y la chica que quiere ser maestra (la más habladora y decidida) me dice “the same to you” (lo mismo te deseo). Le pregunto si habla inglés y me indica con los dedos que poquito. “¿Cunjun cunjun?”, le pregunto en tamil, y cuando me mira sorprendida le explico que ella habla inglés “cunjun cunjun" y yo tamil “cunjun, cunjun”. Se parte de la risa.

Mañana, Rock Fort: un poco de turisteo.

martes, 7 de agosto de 2007

Jóvenes

Hoy hemos ido al primer suburbio, Mahalakshmipuram, a entrevistarnos con un grupo de juventud y ya me ha dado el subidón que me da siempre cuando vuelvo de los suburbios, pero bueno, vayamos por partes.

Por la mañana tuvimos formación sobre el desarrollo en la India y sobre el proyecto de Tiruchy y ya inició Ambalavanan su campaña de malcriamiento, trayéndonos zumos naturales de fruta y cocos frescos para beber la leche y luego comer la pulpa. Después de comer (y descansar un rato, como no, el descanso que no falte, aunque para mi gusto demasiado descansamos), nos metimos en la furgo y suburbio que te crió. Hay que mencionar que nos han descendido de categoría furgonetil, en esta nada de DVD ni similar, aunque a mí me gusta más esta, es más puramente Indian Style.


Mahalakshmipuran es un suburbio pequeño, tan sólo un grupo de casas que se alinean al borde de un canal de cemento que les sirve de sumidero… y en el que picotean las gallinas con sus pollitos. En Mahalaksmipuram hay un grupo de juventud que se formó porque tres chicos decidieron que querían hacer cosas, formar parte del cambio que se estaba produciendo en su entorno y ahora esos tres chicos ya son veinte, algunos de los cuales incluso están estudiando en la universidad. Al principio estaban cortadísimos, sospecho que ni siquiera entendían muy bien qué hacía aquella pandilla de esblancuxados en su suburbio ni qué les importaba su vida, pero en cuanto vieron que el interés era genuino se fueron soltando y al final hasta hicieron bromas y todo. Uno de ellos (del trío fundador y, según pareció, el más espabilado) nos hizo saber que tanto pensaba prosperar en la vida que un día pensaba venir a España a hacernos preguntas él a nosotros :-D Para que veáis de qué tipo de jóvenes estamos hablando (entre 14 y 18 años, los más mayores) os contaré que cuando les preguntamos qué hacían en su tiempo libre, nos respondieron que ayudar a los voluntarios de las clases de apoyo para los niños y limpiar el suburbio, que, por cierto, estaba bastante más limpio que el barrio residencial en el que está la oficina del proyecto donde nos alojamos.


Ya os conté ayer que nos están grabando en vídeo para un documental, pero no os conté de dónde venía la cosa. Resulta que el año pasado estuvieron aquí en Tiruchy Guillermo y Janira, dos chicos que estudiaron audiovisuales y luego hicieron un máster en desarrollo haciendo una evaluación del proyecto. Además, aprovecharon para enseñarles a los chicos de este grupo de juventud a utilizar las cámaras y a grabar un corto... cosa que hicieron con gran pericia. Hoy justamente lo hemos visto y está genial. Lo han subtitulado en gallego y el curso que viene pensamos “llevarlo de gira” por toda Galicia, junto con el documental que están grabando ahora. Estuvimos hablando con los chavales de Mahalakshmipuram sobre la experiencia y daba gusto verles la cara mientras nos contaban que, pese a lo mucho que les gusta el cine (tened en cuenta que la india es la mayor industria cinematográfica del mundo) ellos nunca se habían siquiera planteado cómo se hacía una película y que les había encantado estar detrás de la cámara por una vez en la vida.

En fin, no me enrollo más, que pasan de las 10 y mañana nos espera un día largo. La crónica de hoy no es muy allá, pero es que se me ha hecho un poco tarde. Besos para todos.

lunes, 6 de agosto de 2007

Welcome to India

Son las 13.30, las 10.00 hora española, y estoy sentada en una silla de plástico bajo el ventilador de aspas, aprovechando que todos los demás están durmiendo para escribir la primera crónica, que no será larga, porque no hemos hecho más que llegar.


De momento las cosas están yendo más o menos como esperaba. [Acaba de entrar el cocinero, pero no sé qué decirle, porque no hablo tamil. Se da una vuelta y se va.] El viaje ha sido largo y cansado, pero no especialmente y, desde luego, la parte del coche (que es la peor) ha sido mucho menos agotadora y desconcertante que la primera vez que vine. Me salto la parte de los aviones, resumiendo la cosa en que todo ha ido bien y sin novedad y que llegaron todas las maletas en perfecto estado. Cuando salimos del aeropuerto, buscando la blanca cara de María entre la enorme multitud que espera a los viajeros a la puerta (no se permite entrar sin billete), fue la negrísima cara de Ambalavanan la que vi, un poco más arriba de sus manos que se agitaban efusivamente para hacernos notar su presencia. Al lado estaba Bobby, toda sonriente, y me tuve que contener para no echarme a correr y abrazarla… aunque bueno, abrazarla sí que la abracé, cosa que no hice con Ambal, que, en su estilo particular, me tendió la mano desde 50 metros de distancia, no fuese a ocurrírseme tomarse semejantes familiaridades y le diese un patatús. Fue una maravilla volverlos a ver, sobre todo a Bobby, que no la veía desde hace ahora 3 años, pero casi tan genial fue disfrutar de la emoción del resto del grupo que, por fin, ponían el pie en suelo indio y la misma cara de velocidad y alucine, supongo, que yo en su momento. Y no os creáis que porque Ambal no se dé a las efusiones está menos emocionado que nadie: creo que la tercera cosa que me dijo fue que cuándo venía el segundo grupo :-D.

Así que sin más demora, nos subimos todos al pedazo de microbús que nos estaba esperando (una modernez impresionante, con tele y DVD y todo) y en medio del barullo que íbamos montando y unos vídeos de bailecillos peliculeros tamiles, salimos hacia Tiruchy. Esta parte del viaje también transcurrió sin más incidentes que los esperables, aunque me hizo muchísima gracia el miedo que pasaron, sobre todo Dolores y Ana, en la carretera. Las pobres se reían por no llorar. Llegamos a Tiruchy ya amanecido, tras una pequeña parada para ir al baño y tomar un café. Estamos los siete alojados en una de las oficinas de PDI (nuestra contraparte en la India), que es una casa de dos plantas en una zona más bien residencial, alejada del centro. Tenemos toda la planta de arriba para nosotros (más 2 chicos que llegan esta noche para grabar un documental de los proyectos y del programa Vanakkam, ¡voy directa a la fama!), que consta de dos habitaciones más una que se ha habilitado en la sala-recibidor poniendo unas cortinas, cocina, baño y ducha. Y he de decir que el váter es a la europea, con su papel higiénico y todo, hala :-D


Tenemos un cocinero que nos preparará todas las comidas y que, a juzgar por el desayuno, se maneja muy bien :-)

Y bueno, de momento así están las cosas. Supongo que dentro de un rato volverán María, Ambal, Manimekalai y Kavin, así que a la noche escribiré algo más, pero no sé si lo podré subir, espero que sí…

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Pues no hay mucho más que añadir. Pasamos todo el día tirados por el suelo, descansando y charlando, sobre todo en la azotea, porque está nublado y ha brisilla, así que se está de vicio. Al atardecer empezaron a aparecer pájaros por todas partes, incluida una pareja de rapaces que, por supuesto, no habíamos visto ninguno en la vida. Dice María que el bosque está lleno de ardillas, pero de momento no han dado señales. De la fauna local, sólo nos ha visitado la salamanquesa y una rana que apareció en el baño (ver testimonio gráfico) para horror de Ana y que ha sido bautizada Gustavo, como no.


A eso de las 7.30 vinieron a cenar Manimekalai, Ambal, Kavin y María y cenamos todos en reunión (también se nos unió Sahajarach, que es trabajador del proyecto de Karaikal y el encargado de “cuidar” de nosotros mientras estemos aquí). Después de cenar, resultó que estaba por la zona Salma, una poeta tamil que además es el equivalente a ministra del gobierno de Tamil Nadu (la división administrativa de la India es muy similar a la de Estados Unidos, por ejemplo). Por cierto, aprovecho para comentar que el año que viene vamos a publicar un libro de poetas tamiles y gallegas, con su CD con las poesías recitadas y todo. Salma, por supuesto, será una de las participantes. Y bueno, ahora os dejo, que hay que ir apagando las luces.

PD para Cris, Rosalía y otros Harrypotterienses: el primer libro cayó en el avión, el segundo caerá pronto.
PD para Moncho: porfa, llama a Bea y dale esta URL, que no sé si la tiene y me olvidé de pasársela.