El horario previsto se ve alterado por una visita inesperada: la de Kuttie Rabati, una poeta tamil que, desde hace tres años, vive amenazada (ha tenido que cambiar cuatro veces de número de teléfono) y excluida de cualquier círculo literario en Tamil Nadu (desde entonces no la han invitado ni a una sola conferencia ni a cualquier otro tipo de evento literario) por tener la osadía de publicar un libro de poemas titulados Pechos y dedicados al cuerpo de la mujer. Su buzón de correo electrónico se llenó de mensajes con fotografías pornográficas (los poemas no lo son, ni siquiera eróticos), se han reído de ella en todos los círculos literarios tamiles y el máximo apoyo que ha conseguido de sus colegas ha sido el silencio. Pero Pechos, gracias a todos los mentecatos retrógrados y machistas que se han cebado en la crítica, va ya por la tercera edición, una barbaridad para un libro de poemas escrito por una mujer, y Kuttie Rabati ha publicado ya otros dos libros.
[Carlos y yo, por las calles de Kajapettai]
A las 11.30 nos deja Kuttie y partimos hacia Kajapettai, un suburbio donde nos esperan los integrantes de un grupo de ahorro (en realidad se llaman grupos de autoayuda, porque en ellos se hace mucho más que ahorrar, como ya se ha visto) para personas con discapacidad. Nuestra primera pregunta es, precisamente, por qué decidieron crear un grupo sólo para ellos, en lugar de integrarse en los que existían, con otras personas sin discapacidades. Nos cuentan que ahora están ahorrando y tomando decisiones con personas que se encuentran en la misma o similar situación que ellos, que entienden sus problemas y tienen las mismas necesidades. Son pocos y no hablan mucho. La voz cantante la lleva un chico al que reconozco en cuanto pongo el pie en Kajapettai (de violeta en la foto).
Su “petty shop” (un chiringo donde se venden artículos de primera necesidad) está a la entrada del suburbio y él sale a recibirnos con la cojera que le dejó la polio como recuerdo, aunque ahora es menos evidente que cuando nos conocimos, gracias a unos zapatos especiales que compró con una subvención del gobierno que el personal del proyecto le ayudó a tramitar. En la reunión, nos cuenta que antes de unirse al grupo trabajaba de 9 a 9, de soldador, en un taller donde las condiciones eran duras y peligrosas, para ganar 40 rupias (70 céntimos) al día. Ahora, tras pedir un crédito para poner la tienda, trabaja 8 horas al día, paga los plazos del crédito y le quedan limpias 60 rupias (1,10 €). Suena a mejora mísera, pero ha superado el umbral de la pobreza extrema: ingresos de menos de 1$ al día. Y eso en sólo tres años.
A las cinco (esperamos un rato a que pase el calor más fuerte del mediodía) la furgoneta llega para llevarnos a Rock Fort, el templo más famoso de Tiruchy, situado en la cima de un otero escarpado, de tierra roja, sin rastro de vegetación, salvo un gran árbol que preside la plaza central, antes del último tramo de escaleras. Cruzamos la puerta, dejamos las sandalias y al mirar a mi derecha lo veo: un elefante. El pobre está encadenado, obligado a “bendecir" a los fieles y a los turistas con su trompa a cambio de una rupia y es triste decir que yo también deposito la rupia en su trompa y me dejo bendecir. Su tacto es suave, y un poco húmedo y resulta casi sorprendente la delicadeza con que te toca un animal que podrían aplastarte sin casi proponérselo. ¡Pobre Ganesha!
La foto que me sacaron a mí ha salido borrosa, así que os pongo la de Marcos, uno de los chicos que está grabando el documental
Pienso ahora que debí de contar las escaleras al subirlas, o aunque fuera al bajarlas, pero me temo que al subir me lo impidió la asfixia y al bajar el dolor de rodilla. Digamos que eran millones y no andaremos descaminados. Pero vale la pena, porque las vistas desde la cima son impresionantes: Tiruchy se encuentra en medio de una enorme llanura, la cuenca del río Cauvery (el mayor del sur de la India, con unos 800 km de longitud, según creo recordar) y desde la cima de Rock Fort se ve limpiamente hasta la línea del horizonte. La ciudad, caótica y colorista, el río con sus puentes, los interminables palmerales, los campos de soja… Nos tomamos unos minutos para disfrutar de las vistas y del viento fresco que sopla en la cima.
Una parte del templo, cerrada a los visitantes por unas rejas
La mole roja de Rock Fort se levanta justo en medio de las laberínticas y abigarradas calles del mercado y nos disponemos a recorrerlas y gastar nuestras primeras rupias, no sin que antes Bobby nos compre a las chicas unas guirnaldas de jazmín para ponernos en el pelo. Bobby es así, siempre sonriente y siempre pensando en los demás, hoy sobre todo en la (inexistente) novia de Carlos, para la que se pasó buscando regalos toda la tarde, con el consiguiente cachondeo del personal. El pobre Carlos se embarcó en una batalla de ingenio que duró hasta el momento en que el microbús nos dejó a la puerta de casa (a nosotros y a nuestras numerosas bolsas llenas de churidares y otros textiles), pero el pobre no sabía con quién se las estaba viendo. Combate por KO para Bobby.
PD: Mamá, ayer estrené el sari lila. Bobby quedó impresionada por tu arte cosedor de camisetas. Me dijo que te felicitase por lo bien que te había quedado
PD2: Harry y Ron persiguen arañas en el bosque prohibido.
PD3: Feliz cumpleaños, Moncho.
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