Campamento Simba, Área de Conservación de Ngorongoro
El Serengeti es un lugar de esos que se te mete dentro y que nunca se olvida. Lo sé porque hoy nos hemos marchado de allí con el corazón encogido y las lágrimas contenidas. Cada noche uno se acuesta pensando que ha vivido un día insuperable y cada día el Serengeti te quita la razón, sorprendiéndote con un momento más intenso.
La luna brillaba aún en la penumbra gris de esa hora helada que precede al amanecer cuando salimos del campamento a eso de las seis. El avistamiento, con las primeras luces, de una pareja de leones jóvenes entre la hierba alta que intentaba sin éxito llevarse alguna gacela a la boca quedó completamente eclipsado por la presencia imponente de un gran macho de melena rojiza recostado sobre un kopje, en compañía de una hembra y dos cachorritos que apenas si andaban bien y que corrieron a refugiarse tras su madre cuando Emillian acercó el coche a dos metros escasos del patriarca. La intensidad de la mirada color miel de un león a metro y medio de distancia, aunque él esté mucho más interesado en sestear que en tu presencia y aunque se interponga entre vosotros la sólida estructura de un Land Cruiser te hace casi desear que el techo del coche no estuviese levantado y quizá, estar en Pernambuco o cualquier otro lugar. Excepto, claro, por el pequeño detalle de que preferirías no irte de allí nunca.
Justamente lo contrario deseé no mucho después, pero no para mí, sino para un grupo de energúmenos que se dedicó a amargarle la presa a un guepardo. Lo encontramos, rodeado de 4 o 5 vehículos, dando cuenta de una gacela de Thompson que acababa de matar, sin duda con gran esfuerzo. Los guepardos son grandes cazadores pero emplean mucha energía en cada intento y tienen que comer rápido, ya que no tienen armas ni fuerza para defender sus capturas de los leones, las hienas, los leopardos y todo bicho viviente que se apresura a birlárselas en cuanto surge la ocasión. Por eso comen con un ojo en la presa y otro en la sabana, levantando la cabeza y escrutando los alrededores por si las moscas (o mejor, por si los buitres, que anuncian desde los cielos que se ha abierto el bufé libre). En resumidas cuentas, que cuando un guepardo está comiendo, necesita paz y silencio, porque si se mosquea, abandona la presa y no vuelve más, aunque no haya comido la suficiente. Y nunca vuelve. Todo esto (o gran parte) nos lo contó, cómo no, Emillian, después de verse obligado a llamarles la atención a los del coche de al lado, en vista de que su guía pasaba de cortar el cachondeo que se traían. Por si fuera poco, cuando el guepardo ya no las tenía todas consigo, llegó una especie de camión atiborrado de turistas, a cuál más ruidoso, que no se quedaron contentos hasta que alejaron al guepardo de allí con sus continuos comentarios en voz alta. Al verlo perderse en la sabana no pude evitar que se me escaparan las lágrimas de rabia al ver la gacela apenas consumida tirada junto al camino y de vergüenza, porque los del camión de ganado eran españoles.
Guepardo comiendo tan pancho
Guepardo que comienza a mosquearse
Guepardo comiendo a disgusto
Guepardo a punto de pirarse
Video del guepardo comiendo
[Crónica de la tarde]
El nudo en la garganta que se nos puso al dejar atrás el campamento, quien sabe si para siempre, se nos soltó cuando, ya a punto de salir del parque, tras rodear una roca en la que dormitaba una pareja de leones y vadear un riachuelo, nos encontramos, arrumacándose entre los juntos y el verdor de la orilla, a una pareja en celo. Un macho solitario de elefante se acercó a beber al arroyo mientras al fondo un grupo de topis y alcéfalos pastaba tranquilo porque los leones pasan una semana sin comer cuando se aparean. Me gustaría poder describir la belleza del momento, rodeados de aquel estallido de verdor y vida en medio de los páramos más inmensos y agostados que se pueda imaginar, con las aves acuáticas sobrevolando la escena, pero por desgracia sólo soy un ser humano. Disfrutar de ese momento en completa soledad fue la mejor despedida que nos pudo brindar el Serengeti.
Nos vamos, pero nos llevamos en la retina al elefante solitario ahuyentando a los leones con una carga, al bebé jirafa jugando torpemente con su madre antes de mamar, a dos jóvenes impalas practicando la lucha, al macho de avestruz ventilando su nidada con las alas, al pequeño damán de las rocas estirando su patita para alcanzar una hoja verde y el impresionante disco cárdeno del sol africano saliendo tras las acacias. No sabemos cómo ni cuando, pero volveremos.
El Serengeti es un lugar de esos que se te mete dentro y que nunca se olvida. Lo sé porque hoy nos hemos marchado de allí con el corazón encogido y las lágrimas contenidas. Cada noche uno se acuesta pensando que ha vivido un día insuperable y cada día el Serengeti te quita la razón, sorprendiéndote con un momento más intenso.
La luna brillaba aún en la penumbra gris de esa hora helada que precede al amanecer cuando salimos del campamento a eso de las seis. El avistamiento, con las primeras luces, de una pareja de leones jóvenes entre la hierba alta que intentaba sin éxito llevarse alguna gacela a la boca quedó completamente eclipsado por la presencia imponente de un gran macho de melena rojiza recostado sobre un kopje, en compañía de una hembra y dos cachorritos que apenas si andaban bien y que corrieron a refugiarse tras su madre cuando Emillian acercó el coche a dos metros escasos del patriarca. La intensidad de la mirada color miel de un león a metro y medio de distancia, aunque él esté mucho más interesado en sestear que en tu presencia y aunque se interponga entre vosotros la sólida estructura de un Land Cruiser te hace casi desear que el techo del coche no estuviese levantado y quizá, estar en Pernambuco o cualquier otro lugar. Excepto, claro, por el pequeño detalle de que preferirías no irte de allí nunca.
Los ojos del león
Justamente lo contrario deseé no mucho después, pero no para mí, sino para un grupo de energúmenos que se dedicó a amargarle la presa a un guepardo. Lo encontramos, rodeado de 4 o 5 vehículos, dando cuenta de una gacela de Thompson que acababa de matar, sin duda con gran esfuerzo. Los guepardos son grandes cazadores pero emplean mucha energía en cada intento y tienen que comer rápido, ya que no tienen armas ni fuerza para defender sus capturas de los leones, las hienas, los leopardos y todo bicho viviente que se apresura a birlárselas en cuanto surge la ocasión. Por eso comen con un ojo en la presa y otro en la sabana, levantando la cabeza y escrutando los alrededores por si las moscas (o mejor, por si los buitres, que anuncian desde los cielos que se ha abierto el bufé libre). En resumidas cuentas, que cuando un guepardo está comiendo, necesita paz y silencio, porque si se mosquea, abandona la presa y no vuelve más, aunque no haya comido la suficiente. Y nunca vuelve. Todo esto (o gran parte) nos lo contó, cómo no, Emillian, después de verse obligado a llamarles la atención a los del coche de al lado, en vista de que su guía pasaba de cortar el cachondeo que se traían. Por si fuera poco, cuando el guepardo ya no las tenía todas consigo, llegó una especie de camión atiborrado de turistas, a cuál más ruidoso, que no se quedaron contentos hasta que alejaron al guepardo de allí con sus continuos comentarios en voz alta. Al verlo perderse en la sabana no pude evitar que se me escaparan las lágrimas de rabia al ver la gacela apenas consumida tirada junto al camino y de vergüenza, porque los del camión de ganado eran españoles.
Guepardo comiendo tan pancho
Guepardo que comienza a mosquearse
Guepardo comiendo a disgusto
Guepardo a punto de pirarse
Video del guepardo comiendo
[Crónica de la tarde]
El nudo en la garganta que se nos puso al dejar atrás el campamento, quien sabe si para siempre, se nos soltó cuando, ya a punto de salir del parque, tras rodear una roca en la que dormitaba una pareja de leones y vadear un riachuelo, nos encontramos, arrumacándose entre los juntos y el verdor de la orilla, a una pareja en celo. Un macho solitario de elefante se acercó a beber al arroyo mientras al fondo un grupo de topis y alcéfalos pastaba tranquilo porque los leones pasan una semana sin comer cuando se aparean. Me gustaría poder describir la belleza del momento, rodeados de aquel estallido de verdor y vida en medio de los páramos más inmensos y agostados que se pueda imaginar, con las aves acuáticas sobrevolando la escena, pero por desgracia sólo soy un ser humano. Disfrutar de ese momento en completa soledad fue la mejor despedida que nos pudo brindar el Serengeti.
Love is in the air, everywhere I look around :-P
Nos vamos, pero nos llevamos en la retina al elefante solitario ahuyentando a los leones con una carga, al bebé jirafa jugando torpemente con su madre antes de mamar, a dos jóvenes impalas practicando la lucha, al macho de avestruz ventilando su nidada con las alas, al pequeño damán de las rocas estirando su patita para alcanzar una hoja verde y el impresionante disco cárdeno del sol africano saliendo tras las acacias. No sabemos cómo ni cuando, pero volveremos.
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ResponderEliminarHola
Qué barbaro ,como te curras los viajes.Yo también he estado en Kenia , Camerún, norte de africa. Es otro mundo y ....mejor por cierto. Al final el viaje siempre se hace corto. Pero recordarl dura toda la vida.
He visto por televisión un reportaje del hotel KARAMBA donde salía Gemma , de la que hacías referencia. Ell es de Sabadell como yo. Quisiera contactar con ella, pero no he encontrado web del hotel ni correo electrónico del hotel por ninguna parte. No sé si tu tienes algún correo del hotel para escribirles. Un saludo y que sigas disfrutano de esos viajes. Yo ahora tengo niños y hay que cambiar el chip durante unos años, pero el recuerdo que tengo de ellos es de lo mejor que me ha pasado en la vida; así que disfrútalos mucho.
Un saludo
Roberto Martes, 30 Junio 2009