martes, 19 de agosto de 2008

El cráter de la vida

Campamento Simba, Cráter de Ngorongoro
Del cráter de Ngorongoro se sale por una pista de tierra empinada y tortuosa, una senda de elefantes ensanchada por los humanos, por la que los 4x4 trepan penosamente y dando tumbos. Pero si venís a Ngorongoro, no os dejéis amedrentar por los botes y los brincos y haced el camino de regreso asomados al techo del coche, porque es en ese momento cuando descubriréis la auténtica grandeza y hermosura del volcán derrumbado, rodeados de la increíble exhuberancia de la jungla que recubre sus laderas: enorme higueras, cactus candelabro altos como robles, liana sobre liana, enredadera sobre enredadera. Tantas plantas como se pueda imaginar. Y al fondo, cientos de metros a tus pies, el gran lago cáustico de Magadi, como un enorme espejo o un banco de niebla inmóvil; el pantano de Ngoitokitok, donde los elefantes grandes y ancianos van a pasar sus últimos días y a morir entre juncos y papiros; el bosque de Lerai, de árboles de la fiebre (un tipo de acacia), donde se esconden los esquivos leopardos y los cercopitecos ladrones de almuerzos; y la extensa pradera donde pastan miles de ñus, gacelas, cebras, búfalos, avestruces, avutardas y patrullan los facóqueros, chacales, leones, hienas y guepardos. Y rodeándolo todo, la acusada pendiente de la antigua ladera del volcán que se une a la planicie con una suave curva.

Algunos de los miles de animales que encontramos en Ngorongoro.

Hemos encontrado un gran macho de león alejando a 20 hienas y varios chacales de los restos de su presa, a una hembra de rinoceronte negro (sólo quedan 500 en el mundo) ramoneando en la sábana con su cría y un viejo e inmenso elefante camino del marjal donde, probablemente, pasará sus últimos días, pero nada de esto me pareció comparable al espectáculo de la visión del cráter desde la altura de la selva, como a través de los ojos de un dios.

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