lunes, 20 de agosto de 2007

Resumen de lo [no] publicado

El reloj marca las 9 de la noche y la brisa del mar empieza a refrescar un poco el sofocante calor que nos acompaña estos días. Ambal lee un libro, María mira el correo en el ordenador de la oficina y Bobby acaba de llegar con algunos productos que ha comprado para “casa”. “Casa” es la oficina del proyecto en Karaikal, que consiste en dos pequeños pisos (casi apartamentos, para nuestro criterio), uno dedicado a vivienda y la oficina de Ambal y el otro a oficina del personal y sala de ordenadores para las clases. Hoy ha sido día de descanso, después de lo que podríamos denominar el “Tour de TamilNadu y Pondicherry” y la verdad es que falta hacía. Con el amanecer, llegamos de regreso de Chennai, después de dejar a los participantes del Vanakkam en el aeropuerto y de 6 horas de viaje por malas carreteras y nos metimos en cama. Pero bueno, mejor empezar las cosas donde las habíamos dejado, que debo crónica de muchos, muchos días.

El martes, nuestro último día en Tiruchy, invitamos a comer al personal del proyecto, así que decidimos vestirnos todas con nuestras mejores galas, es decir, con nuestros saris de seda. La cosa no fue tan fácil como se podría pensar, de hecho tardamos mucho en hacerlo y acabó teniendo que echar una mano María. Sin embargo, el resultado (como se puede ver a continuación) fue excelente y nuestro “esfuerzo” fue recompensado con abundantes piropos.


Pasarela Tiruchy 2007 y espontáneo (Tito)

En fin, maleta, últimas compras compulsivas y agotadoras y a camita, que nos espera un largo viaje.

El miércoles transcurrió casi entero viajando de Tiruchy a Karaikal. Teniendo en cuenta que hay unos 230 km de distancia os podéis hacer una leve idea de lo que es moverse por aquí. Y aunque es verdad que hubo sus paraditas turísticas o logísticas, salimos a las 10 de la mañana y llegamos casi a las 8 de la tarde. Eso si, el paisaje era precioso. La carretera va pegada a la costa y serpentea entre palmerales, bosques llenos de flores naranjas, amarillas y fucsia e interminables campos de arroz de un verde muy vivo. De vez en cuando, aparece el mar y pudimos ver enormes salinas, con sus montañas de sal cubiertas de hojas de palma secas y trenzadas y zonas más turísticas (turismo indio, principalmente), donde la gente nos saludaba desde las lanchitas que recorren las bahías. Íbamos parando a cada rato para que Marcos y Tito (aunque más bien Marcos, todo hay que decirlo) se bajase a grabar a la gente trabajando el campo, un rebaño de búfalos pasando, niños bañándose en el Cauvery (que nos acompañó todo el camino) o en los canales, que abundan en la zona, una pachanga de cricket...

Hacia el mediodía llegamos a Thanjavur, donde hay un templo precioso, pero que posee el grave defecto de llamarse "el templo sin sombra" y el jodío hace honor a su nombre. Pese a que nos pusimos todos calcetines, el suelo abrasaba y no se podía estar quieto demasiado tiempo en el mismo punto, había que estar dando pasitos todo el rato para no quemarse los pies. Eso sí, el templo es precioso y muy diferente a todos los que había visto hasta ahora: nada de colorines por todas partes, ni torres gigantescas, sino que es de una piedra color chocolate, parecida a la caliza y hierba y árboles para sentarse a su sombra. De todos modos, la hora no acompañaba y el calor era sofocante, incluso tirados en la hierba a la sombra de un árbol enorme. Llegado un punto, yo tenía tal agobio que mi cara era esta:


Foto que me sacó Ambal cuando estábamos tirados “al fresco” para descansar un rato. De mi cabeza debería salir un bocadillo con el texto "Mátame, camión".

Una última parada antes de llegar a destino: Velanganni, una especie de mezcla entre Lourdes y Benidorm que me resultó de lo más desconcertante y cuya visita me hubiera ahorrado de mil amores. Una enorme basílica de un blanco inmaculado que refleja el sol como un espejo y deslumbra al más pintao (aunque por suerte para nosotros ya casi estaba anocheciendo cuando llegamos) atrae a miles de fieles y visitantes y, por supuesto, mendigos y vendedores. Para añadir gracia a la mezcla, que se ve que no tenía suficiente, era el día de la independencia, por lo que el personal abundaba todavía más de lo normal. En la iglesia en sí no tuvimos demasiados problemas, salvo el pobre Marcos que ya tiene la cruz encima permanentemente: en cuanto saca la cámara, le salen amigos por todas partes. El baile empezó cuando bajamos hasta la playa (invadida de gente, chiringuitos, vendedores, carritos de helados, puestos de tiro al blanco y hasta minitiovivos que llegaban hasta la misma orilla del agua) y nos convertimos en la principal atracción de la feria, sobre todo cuando los cochinos traidores de Tito y Marcos se quedaron en gallumbos y, ni cortos ni perezosos, se pegaron un baño de padre y muy señor mío, dejándome sola y abandonada en la orilla, bregando con mi frustración por no poder bañarme entre la multitud de fans que insistían en sacarse fotos con nosotras, llevándonos de un lado para otro y acosándonos con preguntas que no podíamos entender ni contestar. Ahora ya sé cómo se siente Angelina Jolie cuando sale a la calle :-S

Cuando bajamos de la furgo en Karaikal nos encontramos a la puerta del Hotel París, donde se alojaron las legiones de “ongeros” que invadieron la región después del tsunami. Aire acondicionado, televisión y teléfono en la habitación, baño propio (aunque algo puerco), servicio de habitaciones, ascensores y botones. Tanto lujo nos dejó patidifusos y nos hizo sentirnos un poco desconcertados, hasta el punto de que todos, o casi, apagamos el aire acondicionado siberiano y nos quedamos con el ventilador de techo de toda la vida, que ya es lo nuestro. Desde luego, todos nos sentíamos mucho más a gusto en nuestra “casa” de la oficina de Tiruchy. Cena en el restaurante “Romeo y Juliet” del hotel, pijamita y a la cama.

Mientras preparaba mi mochilita para el día la mañana del jueves, no se me olvidó incluir un churidar de repuesto, por si caía un bañito en el Índico en algún lugar alejado de mirones. A las nueve se presentó Sahajaraj, con su pedazo de moto, a recogernos y nos consiguió tres autos para ir hasta lo oficina. El paseo en auto resultó un poco raro, porque el tráfico en Karaikal es mucho más tranquilo que Tiruchy y el conductor circulaba con normalidad, sin esquivar otros vehículos ni hacer giros suicidas.



Vídeo ilustrativo de lo que es un viaje en auto en Tiruchy. La banda sonora corre acargo de "automan" y las voces son de Marcos, Tito y Andrea.

Por la mañana nos reunimos con las mujeres de la Federación de Grupos de Ahorro y con Stephen, el consultor que ayudó a PDI a organizarla y ayuda ahora a las mujeres a gestionarla.


Con la barriga ya llena, nos subimos a la furgoneta y nos dirigimos a visitar alguna de las aldeas beneficiarias del proyecto. La primera parada: la diminuta escuela en la que se refugiaron 200 personas tras el tsunami, realojadas temporalmente por el gobierno y a cuyo “cuidado” quedó PDI que enseguida empezó a gestionar una cocina comunitaria para que la gente pudiera comer caliente, ayuda psicológica, asistencia sanitaria…

Siguiente paso: Tsunami Nagar (“nagar” significa lugar), un reasentamiento de toda una aldea, o mejor dicho, de lo que quedó de ella. Era una comunidad que vivía prácticamente en la misma playa, pero no era de pescadores, sino de labriegos. El tsunami borró todas las casas del mapa y diezmó a la población. Los que quedaron vivos no quieren volver a ver el mar en su vida, por lo que el gobierno cedió terrenos para realojarnos a un par de kilómetros de la costa. A medida que nos acercamos, vamos viendo una especie de “miniadosados” pintados de blanco y azul, alineados a lo largo de una calle principal y un montón de callecitas laterales que se cruzan con ella. La calle principal está toda levantada porque la comunidad está haciendo obras. Los niños, sucios y despeinados, juegan entre el material de construcción. Me vienen a la cabeza las primeras escenas de la película Cidade de Deus. Las casas, todas iguales (sin importar lo que poseyera o no antes el actual propietario), las ha construido la Fundación Vicente Ferrer, igual que un edificio para la escuela y otro para centro social. Son edificios de ladrillo, pintados a juego con las casas y con bonitos murales y a su lado, nuestro centro comunitario de madera, chapa metálica y palma resulta realmente patético… pero nuestra chocita está abierta y dentro se dan clases, se realizan reuniones comunitarias, talleres de formación laboral y numerosas actividades, con la ayuda de las dinamizadoras, la trabajadora social y la trabajadora sanitaria. Los preciosos edificios de ladrillo tienen un pesado candado en cada puerta y no ha aparecido nadie por allí desde que los construyendo. Mirándolos, no puedo evitar pensar la de microcréditos que se podrían dar para montar microempresas con el dinero que constó construirlos.

La furgoneta nos conduce al antiguo emplazamiento de la comunidad. Vemos restos de casas y algunas chabolas habitadas, de quienes se aferran a su terruño y, desoyendo la prohibición del gobierno de establecer asentamientos a menos de 500 m del mar, han vuelto al lugar donde han pasado toda su vida. Me abro paso entre los arbustos y el palmeral y de repente, ahí está, inmenso y abierto ante mí, el Índico, enmarcado por una larga playa desierta, de arena blanca, salpicada aquí y allá por coloridas barcas de pescadores que descansan en la arena. El viento juega con unos saris puestos a secar entre los arbustos y, a lo lejos, en el mar, se ven numerosos barcos faenando.

Me resulta difícil describir el enorme placer de sentir el agua tibia metiéndoseme por entre el pelo y refrescando mi cuerpo, empapado en sudor sólo unos segundos antes. El churidar empapado pesa y se me enreda en las piernas, pero no me importa. Sonrío y me sumerjo una y otra vez, jugando con Tito y Marcos, mientras Andrea y Ambal (que nos sorprendió a todos quitándose la camisa y lanzándose al agua) se mantienen un poco más formalitos. En la orilla, el resto del grupo se ríe y nos saca fotos, mientras algún paisano se acerca a mirarnos con curiosidad. Carlos, como siempre, se mete a los niños en el bolsillo y juega con ellos a no sé qué. Fue breve, pero intenso.


El mar soñado, el mar apetecido, el mar, el mar y no pensar en nada.

A las 7 nos presentamos en casa del profesor de Bharathanatyam de María, donde nos ofrecieron un pequeño espectáculo de baile en el que, por supuesto, participó María. Después fuimos a cenar a un restaurante donde me sirvieron en kebab más raro del mundo y donde tenían tan fuerte el aire acondicionado que el pobre Carlos se puso enfermo para lo que le quedaba de viaje. A Andrea poco le faltó.

El viernes por la mañana visitamos otra comunidad reasentada, muy parecida a la del día anterior, sólo que las casas, estas pintadas en blanco y ocre, las había construido otra de las grandes ONG, cuyo nombre ahora no recuerdo. Los terrenos cedidos por el gobierno están cerca de un campus universitario y algunas de las familias las alquilan a los estudiantes, mientras que ellos han vuelto a sus antiguas casas semiderruidas. Esto es lo que pasa cuando se da a la gente cosas que no ha pedido, ni necesita y a cambio de nada, sin ningún esfuerzo ni participación por su parte. La antigua aldea todavía muestra bastante vida, aunque la mezcla de casas abandonadas y destruidas con casas habitadas e incluso un barco arrastrado hasta allí por el mar resulta desconcertante.


Un barco en medio de una aldea, arrastrado por el tsunami y abandonado allí, como una especie de recordatorio.

Estando aquí, sobre todo cuando se ve el mar, no se puede evitar que nos venga una y otra vez a la cabeza lo que debió de ser para estas personas. Miro hacia el agua y no consigo imaginarme el pánico que debieron sentir cuando de repente vieron como una ola más alta que los árboles se aproximaba a toda velocidad hacia sus casas y hacia ellos mismos. Esa misma noche, en Pondicherry, (salimos camino de Chennai después de comer y paramos allí a hacer noche) Sahajaraj, que como ya os he contado, es el coordinador del proyecto de Karaikal, nos contaba a María, Tito y a mí que él mismo sacó de entre los escombros 700 cadáveres. ¡700 cadáveres! El pobre nos lo relata con una media sonrisa y uno no sabe bien qué cara poner cuando una persona te cuenta semejante cosa. Miro su ancha espalda y sus brazos fuertes y me invade un enorme respeto por este hombre tímido y tranquilo y una necesidad imperiosa de llorar, pero no me lo permito. Doy las buenas noches y me voy a la cama.

Mamalapuram es Marina d’Or, ciudad de vacaciones. Los guiris pululan por doquier, hay chiringuitos, tiendas de souvenirs y tarifas para “locales y visitantes”, en la playa hay gente bañándose (las mujeres vestidas, por supuesto, algunos hombres en bañador) e incluso haciendo surf.


Surfero indio en la lejanía.

En los hoteles ofrecen los precios en euros, dólares y yenes y por las calles te asedian vendedores de todo tipo de cosas, desde postales hasta bongos, pasando por collares, conchas y todo tipo de regalitos. Y por supuesto, para qué negarlo, caemos en la compra compulsiva con entusiasmo. La pobre de Bobby se esfuerza por intentar (y casi siempre conseguir) que no nos timen, cosa que a nosotros nos da francamente igual, porque los precios siguen siendo irrisorios y porque el resto del grupo se marcha ese mismo día, así que no tienen mucha más oportunidad para comprar a precios “razonables”.

La primera despedida se me hace más dura que las demás, porque a Tito y a Marcos no los voy a ver en cuanto llegue, como al resto del grupo (sobre todo a Tito, mi compi de fumeteo, que vive en Lisboa). Al menos me siento reconfortada por los abrazos de oso que me dan al decirnos adiós y por las promesas de mantenerse en contacto por e-mail. Cuando me subo a la furgo, bajo la lluvia torrencial que ha comenzado a caer sólo unos momentos antes, un nudo en la garganta me impide casi hablar. Se me llenan los ojos de lágrimas, pero disimulo, porque todo el grupo me empieza a preguntar cuánto dinero hay que poner (nos han tratado tan bien y nos han dado tantos mimos que no han llegado los 200 € por cabeza que pusimos en principio y aunque María tenía pensado pagar la diferencia, todo el grupo se negó en redondo y hay quien incluso ha dejado dinero de más), cuánto son 40 € en rupias y cuestiones similares, así que hago de tripas corazón, me trago la lagrimita y me meto en el traje de coordinadora, que por cierto, no me he puesto demasiado a menudo durante el viaje.

La despedida en el aeropuerto de Chennai se me hace más llevadera y la tarea de grabar el momento del adiós me facilita la “contención lagrimal”. Espero pronto tener noticias de ellos y sé que todos han disfrutado la experiencia hasta la última gota. Se van con pena, pero contentos, igual que nosotros al regresar a la furgoneta que nos devolverá a Karaikal.

PD1: Para los que preguntáis, las inundaciones fueron en el norte, a cientos y cientos de kilómetros de aquí, así que no hay peligro.
PD2: Final del mundial: Irlanda 170 – Bulgaria 160

1 comentario:

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    genial la crónica de hoy
    a aprovechar los días que quedan!

    Rafa

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