lunes, 23 de agosto de 2004

Plácido domingo

Es domingo, las dos menos veinte de la tarde y yo estoy rellena de arroz.

Hoy hemos ido a la escuela de danza donde María recibe clases de Bharatanatiam (danza tradicional), a ver bailar a las niñas y a comer, que nos invito su profesora. Lo del baile estuvo muy bien, las niñas eran muy lindas y estaban muy graciosas bailando. La comida, aun no he conseguido que me baje de la traquea la pila tamaño Everest de arroz que me sirvieron. ¡Y aun dijeron que habíamos comido poco! Torta de harina de lentejas, arroz con caldo acompañado de berenjenas y judías (por separado y preparadas de manera diferente), unas cortezas fritas de no se que, arroz con requesón, un caldo dulce con anacardos y rodajas de banana enana y de postre, helado de mango y vainilla. Vamos, que estoy que puedo ir rodando hasta Sri Lanka (bueno, si no fuera por el mar).

María, ensayando con cara de concentración total

Después de comer, hubo sesión de cantos, porque al parecer, la madre de la profesora fue una afamada cantante en sus tiempos y nos deleito con algunas canciones tradicionales tamiles. Al final, tuvimos que cantar nosotras, que no se quedaban tranquilas: yo “Canta miña compañeira” y a dúo con María, la primera estrofa del himno gallego. Eso luchando por no morir de sobredosis de arroz.

El domingo que viene le toca a María su última sesión de bailoteo, así que representara las tres danzas que ha aprendido y todos iremos a aplaudirle con entusiasmo.

Ayer fue un día especial, porque tocaba la última fase del concurso para los beneficiarios: la categoría de teatro y la entrega de premios. Empezaron los niños de las clases de apoyo y los clubes medioambientales. Aunque no me enteraba de una palabra me lo pase pipa, porque los niños lo viven de verdad y además, como el tema era el cambio que el proyecto había supuesto en sus vidas, se seguía bastante bien. Luego le toco el turno a las mujeres de los grupos de ahorro y las clases de educación no reglada, que también le ponían su mayor empeño, pero no tenían tanta gracia como los niños, aunque si mucha mas vergüenza.

Después, a comer por turno, primero los niños, luego los beneficiarios adultos y luego el personal de PDI y nosotras, claro. Mientras los niños comían me acerque a sacar fotos, pero no fue muy buena idea, porque empezaron a volverse locos y a dejar de comer, así que tuve que salir huyendo. Lo del acoso de los niños ayer fue demasiado para el cuerpo humano, en primer lugar, porque había como noventa, y en segundo lugar, porque estaban totalmente exaltados por el concurso, por los premios, por nuestra presencia y por la videocámara y las cámaras de fotos. Yo incluso tenía una fan, que se dedicaba a seguirme a todos lados. La niña era guapísima, con unos ojazos y una cara de pilla impresionante y se venia a mi vera en cuanto tenia ocasión, agarrándome el churidar o la mano. Como me hablaba todo el rato sin parar, le pregunte a Ambal como se dice “No hablo Tamil” para que comprendiera que no la entendía, ni podía contestarle. Una vez aclarado este punto, la niña se instituyo en mi guardaespaldas y se dedicaba a “espantarme los moscones” explicándoles mis escasas capacidades lingüísticas. Me quede con las ganas de sacarme una foto con ella, pero era imposible sacarse una foto con nadie, porque inmediatamente se hubiera formado una cola de 30 personas esperando el mismo privilegio. Tampoco me pude inmortalizar con mi amigo Kumar, que por cierto gano 2 premios, porque el tío se apunta a todo. Incluso estuvo amenizando los entreactos con sus canciones y bailes.


Participación de Kumar en la categoría de relatos orales

A la tarde nos tenían reservada la sorpresita de que la entrega de premios nos tocaba hacerla a nosotras, así que, ¡hala!, p’arriba del escenario y a entregar cacerolas. Porque los premios eran todo tipo de cacerolas, fiambreras, cueceleches y recipientes metálicos. La gente estaba encantada de la vida, subían a recibir sus regalos que ni los Oscar, vamos. Fue de lo mas bonito, porque había gente de todo tipo y de todas las edades. Un chico discapacitado por la polio, que gano tres premios se quiso sacar una foto conmigo y como había ganado, pues se salio con la suya. Pero luego todos los ganadores querían sacarse fotos y no acabábamos nunca, así que tuvimos que cortar el grifo fotero.

Hubo dos momentos tremendos, que casi me echo a llorar, aunque contados seguramente parecerán una tontería. Uno de los últimos premios que entregamos fue en la categoría de teatro, a un grupo en el que había dos señoras muy mayores (bueno, a lo mejor tenían 50 años, pero aparentaban 80). Estaban tan emocionadas, que una vino hacia nosotras y nos puso las manos en las mejillas y luego las paso por las suyas, lo cual quería indicar que le parecíamos muy guapas (en realidad, eso se debe a que nuestra piel es muy blanca, yo creo que se presenta la Camilla Parker-Bowles y les parece guapa igual). Pero es que a la otra no se le ocurrió nada mejor que arrodillársenos delante y tocarnos los pies. Vamos, eso se lo haces a un rey o algo así. A mí me daban ganas de arrodillarme y levantar a la señora y decirle que ella si que merecía todos los honores, a sus años participando, motivando a los demás y luchando por mejorar en la vida. Pero eso, además de imposible por problemillas lingüísticos, hubiera sido de lo más impropio, así que me tuve que aguantar.

El otro momento vino al final de todo, cuando ya se habían entregado los premios de participación y se estaba clausurando el acto. De repente suben al escenario dos de las jefas de grupo de ahorro con una maravillas de guirnaldas de sándalo y allá que nos las colocan, con todo el mundo aplaudiendo y puesto en pie. Ahí si que no llore de milagro. Ni que decir tiene que la guirnalda se viene conmigo para casa.

Hoy toca no hacer nada. Parece ser que la costumbre de pasarse el domingo vegetando esta bastante extendida en el mundo. En este momento María duerme en su cama, Ambalavanan hace otro tanto y Kavin, la niña florero, ve una horrible peli india de esas que bailan todo el rato y en las que el prota le saca 15 años a la chica. Manimekalai esta en la universidad, que tenia un curso. A Kavin le llamo la niña florero porque todo el tiempo que no esta en el colegio, lo pasa apampada delante de la tele y no habla con nadie que no sea su padre o su madre. A mi todavía no me ha dicho la primera palabra y llevo una semana viviendo en su casa. De hecho, me entere ayer o anteayer de que sabe hablar inglés.

La niña florero observa atentamente la tele mientras cena

Así que en resumidas cuentas, creo que voy a seguir la tradición y me voy a tumbar a la bartola a leer un rato. La bartola, por cierto, es el suelo :-D Hasta la próxima crónica desde Tamil Nadu.

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