Después del desastre de ayer, vamos a ver si hoy tenemos más suerte con la tecnología.
Son las 8 de la mañana y llevo una hora despierta. Siempre me levanto a las siete, que es más o menos la hora en la que María se va a clases de danza tradicional. Me levanto y voy al servicio, que en realidad consiste en un agujero en el suelo. Mientras una hace sus cosas, se llena con agua un cubo que luego se vacía por el susodicho agujero, a modo de cisterna. Al principio me daba algo de grimilla, pero ahora ya tengo el tema superado, aunque conservo la occidental costumbre del uso de papel higiénico.
Después, viene mi primer pequeño placer matutino: voy a la cocina, abro la nevera y le pego un megatrago de medio litro a la botella de dos litros que guardo todas las noches para tenerla fresquita por la mañana. Como hace tanto calor, andamos todo el día cargando con una botella de litro para beber a cada rato y rehidratarnos y la rellenamos en donde sabemos que el agua es segura, como por ejemplo en la oficina. Evidentemente, por muy fría que esté esa agua cuando la metes en la botella, a lo largo del día se va convirtiendo en algo parecido a la manzanilla, solo que sin manzanilla. A veces, los beneficiarios de los suburbios te ofrecen una Mirinda (sí, sí, Mirinda) o un zumo de mango frío y ese placer es mucho mayor aún.
Hasta las 8.30 no empieza a pirarse el personal y a las 9 llega mi momento de intimidad. En un país con mil millones de habitantes que se empeñan en pasarse el día en la calle resulta bastante difícil conseguir un ratito de soledad, sobre todo si compartes habitación. Este es uno de mis momentos preferidos del día, sobre todo porque incluye otros dos de mis placeres.
El primero es la ducha. La ducha consiste en una habitación de alrededor de 1,5m2 con un sumidero en una esquina, estantes para los productos de aseo y un grifo con un gran barreño debajo y una jarra de un litro dentro. Es decir, que nos duchamos por el viejo estilo del cubo, solo que en lugar de calentar el agua, como hacia el dúo peluca, o la solista Maluca, según el caso, el barreño se llena un rato antes, para que se refresque. Porque en la India no es que no haya agua caliente, es que no la hay fría. Por las mañanas todavía sale algo fresquita, pero durante el día, como para ducharse en invierno en España bien a gusto.
Así que lavo mi ropa interior (la exterior la lava una mujer todas las mañanas, menos mal, porque no es ninguna coña lavar un churidar; y eso que yo no llevo sari) y luego, el duchazo: dos jarras para mojar el pelo y una para aclararlo. Con el cuerpo soy algo más generosa, pero siempre recordando que aquí el agua escasea. Tiruchy está al borde de un río bastante grande, más o menos como el Miño de ancho. Por desgracia para ellos, Karnataka está curso arriba, al borde del mismo río y además tiene una presa y no les abren las esclusas ni que los maten, por eso el río en realidad es prácticamente un cauce seco. Y también por eso no les tienen mucha estima a los de Karnataka por aquí.
Limpita y fresquita, voy a mi habitación, y me embadurno los pies, los brazos y la cara, que es lo único que se me ve, de ISDIN pantalla total (mi madre estará contenta) y dejo que lo chupe la piel, aunque creo que a partir de hoy me pasare al protector 15, a ver si me libro de este tono blanco pantalla de ordenador tan fantasmal que me adorna. Después me echo repelente de mosquitos. María dice que no hace falta hasta el atardecer, pero qué quieres que te diga, más vale prevenir que procurar. Por cierto, creo que anteayer me picó una pulga en un talón.
Para esas horas suele llegar María y mientras se ducha y se cambia de ropa, yo la espero tirada en el suelo de la sala, bajo el ventilador de techo, que es el más potente de la casa. Mi placer number three.
Y luego, a desayunar. Ambal, Manimekalai y Kabin desayunan antes, porque yo prefiero esperar a María y hacerlo juntas. El desayuno consiste en fruta (granadas, bananas enanas, guayaba, manzanas y uvas) y algún dulce indio, acompañado del resto del agua fría. En realidad, en el desayuno ellos comen lo mismo que a las demás horas, pero mi estomago no se lleva con el picante en ayunas.
El tema de las comidas tiene muy preocupado a Ambal, que cree que no me gustan y siempre anda buscando algo nuevo, a ver si me gusta. Esta idea suya viene de que no como casi nada. No es que no me guste, que me gusta, aunque algunas cosas son demasiado picantes, es que no tengo apetito. Supongo que será el calor, como cuando vivíamos en Ibiza, pero me sacio con muy poca cosa, lo cual me congratula. Fíjate que fácil era la solución a mis cuitas: 15 días en la India cada tres meses y asunto solucionado. :-)
Por cierto, a los que compartisteis conmigo la horrible cena a domicilio del Taj Mahal, que sepáis que la comida india no tiene nada que ver con eso y que aún no he probado el curri desde que estoy aquí. Para demostrarlo, estoy sacando fotos a la comida. :-D
Después de desayunar, nos lavamos los dientes, preparamos dos litros de agua para la noche (es decir, llenamos una botella de agua hervida y le echamos dos pastillas potabilizadoras), que dejamos en la nevera, agarramos las mochilas y las cámaras y nos vamos para la oficina.
Allí ya esta hace un rato Ambal, que se pasa siempre por el templo antes de ir a trabajar, y Bobby, que es la segunda “mandamás” de PDI (nuestra contraparte en la India) y la mano derecha de Ambal. Decidimos el programa para el día y auto que te crío.
Delante de la oficina hay una parada de autos y casi siempre nos lleva el mismo conductor, que es especialmente suicida, incluso para ser indio. Al principio me pasaba los trayectos rezando el rosario, más que nada por la vida de los pobres transeúntes que se cruzasen a nuestro paso, pero ahora ya lo tengo más asumido y voy más desahogada, así que me dedico a mirar hacia fuera, que es mucho más interesante.
María hablando con Beer
Anteayer visitamos a Beer, un antiguo beneficiario, o mejor dicho, a un beneficiario con solera, que yo ya conocía de fotos. Es un hombre ciego que, a través del proyecto, obtuvo el carnet de discapacitado y un crédito del gobierno para poner una “petty shop” (que es una tienda donde se venden todo tipo de cachibachadas de primera necesidad, incluidas las bebidas frías que nos ofrecen en los suburbios) en la parada del autobús para poder ganarse la vida, porque aquí, tener una discapacidad, sobre todo si eres pobre, suele marginar totalmente a la persona. Parece ser que le fue bien, porque ahora ha escalado la pirámide empresarial y tiene un puesto de alquiler de bicicletas, donde también vende algunos dulces. Además, como contribución al proyecto, vende preservativos y distribuye folletos informativos. La India es el país de Asia donde más gente muere por SIDA (aunque no se conocen datos de Corea del Norte ni de China) y la prevención es fundamental, porque los tratamientos son prohibitivos y están disponibles solo en las ciudades más grandes: en todo el estado de TamilNadu, sólo se pueden conseguir antirretrovirales en Chennai, a unos 300 km de Tiruchy. Y eso que el área metropolitana de Tiruchy tiene dos millones y medio de habitantes.
Después fuimos a ver a su hijo, que supuestamente tiene parálisis cerebral. La verdad es que fue la peor experiencia que he tenido hasta ahora y me dejó un poco bailando. No me apetece mucho contarla, pero creo que es cosa que se debe contar, aunque ahorrare detalles sórdidos. El niño, de unos 5 años, estaba desnudo, tumbado en una estera en el suelo, en una postura muy rara, como si no pudiera sujetar el cuello, medio retorcido. Tenía un ojo nublado, aunque la mirada del otro era despierta, pero triste. Por lo que nosotros pudimos ver, tenía movilidad al menos en las piernas, brazos y cintura y parecía seguir con claridad todo lo que pasaba a su alrededor. El médico de familia les había dicho que tiene parálisis cerebral y, teniendo en cuenta que aquí llevar a un niño enfermo al medico es todo un avance, no se puede esperar que nadie vaya a poner el diagnostico en duda, ni a pedir un especialista. Al final, conseguimos convencer a la familia de que lo llevasen al medico apropiado y quedamos en que PDI haría un seguimiento.
En el auto, de vuelta a la oficina, iba pensativa y con un nudo en la garganta. He visto mucha miseria e historias muy tristes desde que estoy aquí, pero este niño es la única persona que he conocido que no puede hacer nada por mejorar su situación. Recostado en su estera, no puede ni pedir ayuda, porque no sabe o no le han enseñado a hablar. La sensación de impotencia fue terrible y vuelve a serlo ahora que lo estoy escribiendo.
Ayer me llevaron a ver la otra oficina del proyecto, que está fuera de la ciudad, rodeada de lo que aquí llaman “the bush”, que son arbustos achaparrados, de unos dos metros. Muy chulo. Por cierto, que vi mis primeros monos, un adulto con una cría que nos miraba con mucho interés. También me metí por el bush, pero fue mala idea, porque está lleno de pinchos.
Vacas descansando tranquilamente en el bush, donde me llené los pies de pinchos
A la tarde visitamos otro suburbio, donde tuve un gran éxito entre los niños de la clase suplementaria, que me cantaron una canción y, por supuesto, esperaban a cambio que yo cantase otra. Interpreté una lamentable Rianxeira, aunque he de agradecer que María no tuviese la videocámara lista para grabar :-D
Antes de despedirme, un breve informe de la parte frívola. Anteayer por la tarde fui de compras con Bobby. Compramos un regalo para Ambal, que está de cumple el martes y yo por mi parte, regalitos para Moncho y mi hermano querido. También fiché algunas cosas que no pude comprar por no llevar más dinero encima. Ya tengo todo pensado, menos el de Federico, que se me está haciendo duro de pelar.
Bueno, no me enrollo más, que me toca ducharme. Besos mil.