jueves, 13 de agosto de 2009

De niña a mujer

Mil cincuenta niñas por cada mil niños. Ese es el equilibrio natural de la especie humana, pero en el distrito de Salem solamente hay 975. Las niñas no valen para trabajar, no dan más que problemas, hay que correr con los gastos de la boda, hay que pagarles la dote. Estos son algunos de los tópicos que se usan para justificar, o al menos explicar, el infanticidio femenino, achacándolo a la incultura y a la pobreza, cuando en realidad no tiene mucha más explicación que el más puro y atroz de los machismos, como demuestra el hecho de que también se practique en la clase media y que en muchos de los estados más ricos la prevalencia sea mayor.

No es ningún secreto que las matemáticas y yo no nacimos para amarnos, pero no hace falta ser John Nash para darse cuenta de que en un país con 1.100,000.000 de habitantes, las niñas asesinadas se cuentan por millones. Millones de niñas muertas todos los años a manos de quienes deberían protegerlas, quererlas y cuidarlas. Un genocidio en toda regla y sin embargo, el mundo vuelve los ojos hacia otro lado, como si no fuera para tanto y una no puede dejar de preguntarse si la cosa sería igual si en lugar de niñas fuesen niños los bebés asesinados por el único crimen de tener una combinación de cromosomas inconveniente.


El proyecto de PDI, nuestra contraparte, e Implicadas en Salem es diferente. Diferente a los que habíamos hecho hasta ahora, porque su objetivo principal es la erradicación del infanticidio femenino. Diferente de los de otras organizaciones e instituciones que trabajan en Tamil Nadu para acabar con esa práctica porque no se queda en la sensibilización (por importante que esta sea), sino que facilita las herramientas para que el cambio sea posible.

El feminicidio está penado con 10 años de cárcel y 15.000 rupias de multa (unos 250 €: el precio de una nevera, aproximadamente el salario de un año de un jornalero pobre o un mes para una persona de clase media), pero la comunidad no denuncia estas situaciones, igual que en el rico y civilizado occidente no denuncia las palizas de muerte que tantos maridos propinan a sus mujeres. Y es evidente que las madres no quieren matar a sus hijas, pero a menudo la presión de sus maridos y, sobre todo, sus familias políticas es brutal y no tienen a nadie que las apoye en su postura. Ahí es dond entran las trabajadoras de PDI, que a diario recorren las aldeas y los barrios del proyecto para identificar a las mujeres embarazadas, evaluar qué casos presentan condiciones de riesgo y mediar con las familias para que, en caso de que nazca niña (está prohibido rebelar el sexo del bebé en las ecografías, aunque siempre hay médicos corruptos) no la maten o, si les resulta imposible mantenerla, la den en adopción. Todas las mujeres embarazadas de la comunidad beneficiaria son objeto de seguimiento desde el tercer mes de gestación hasta medio año después del parto y reciben atención médica con regularidad (fundamentalmente en centros públicos) durante todo el embarazo. Así, de 60 casos de riesgo en lo que va de proyecto (casi dos años, en los que han nacido 340 bebés en total), 45 niñas permanecieron con sus familias y 15 fueron dadas en adopción. Ni una sola muerte.


Nos sorprende a todas, después de reunirnos con el personal y con algunas beneficiarias, los increíbles resultados conseguidos en tan poco tiempo. Todas íbamos preparadas para lo peor, sin embargo, las historias que escuchamos hablan de superación y finales felices. Como la de Eswuri, que tiene dos niñas y que sufría la presión constante de sus suegros para que les diese un nieto (si el embarazo resultaba en niña, no había más que matarla y seguir probando suerte), mientras que ella estaba más por la labor de ligarse las trompas. Gracias al trabajo de sensibilización del proyecto, Eswuri pudo contar con en apoyo de su marido, juntos dijeron "hasta aquí hemos llegado" y se marcharon de la casa de los suegros (en la India es habitual que, al casarse, la mujer se mude a vivir con la familia del marido) a vivir su propia vida, con ligadura de trompas incluida. Ahora Eswuri está en un grupo de ahorro, ha recibido un curso de fabricación de productos de limpieza y un crédito con el que ha montado su propio negocio.

Los grupos de ahorro también son diferentes en este proyecto. Primero porque se da prioridad para entrar en ellos a las mujeres con embarazos de riesgo (riesgo de asesinato, se entiende) y segundo, porque aquí la componente de apoyo mutuo entre sus integrantes es mucho más fuerte todavía. Kalarm, líder comunitaria y beneficiaria del proyecto, nos cuenta dos historias: la de una mujer que al nacer su tercera hija sufría tremendas presiones de su familia política para que se deshiciera de ella y la de otra madre, coaccionada para que matase a su única hija, que nació con una deficiencia psíquica. Pero sus compañeras del grupo de ahorro no lo iban a consentir: todas juntas se plantaron en las casas de las respectivas familias y convencieron a los suegros, comprometiéndose a ayudar a la manutención de esas niñas cuando fuese necesario. Y así lo hacen.


El proyecto tiene, además, un centro de asistencia a la mujer al que las beneficiarias pueden acudir para obtener asesoría para sus problemas y asistencia legal, por ejemplo, en casos de divorcio, repudio, bigamia o conflictos en herencias (un tema peliagudo porque, aunque hace bastantes años que las mujeres son herederas legales, este derecho se les sigue negando con frecuencia). El proyecto se completa con los programas de planificación familiar y de generación de ingresos, en el que se proporciona formación profesional básica (sastrería, artesanía, etc.) y un microcrédito que permita iniciar un pequeño negocio.

Así, con las historias de Uma Dhevy, Shanti, Rani, Sumetha, Sangeetha, Joddi o Bria, todas ellas mujeres luchadoras y valientes que se han enfrentado a todo por la vida de sus hijas y por mantener a sus familias, partimos hacia Yercaud, la estación de montaña en la que pasaremos la noche y el día siguiente. Y donde esperamos, además, pasar algo de frío.

2 comentarios:

  1. Este un texto muy duro, Blanca, aunque esté aderezado con casos que acaben bien, como el de Eswuri (olé vuestros ovarios por todo lo que hacéis, y aplaudo con las orejas a este grupo de mujeres valientes). Pero me ha dejado hecha polvo e indignada, y ha sido, cómo definirlo, implicante. Así que creo que ha cumplido doblemente su función... Te mando un besote muy fuerte. Ya te lo dije por FB, pero espero que la vuelta no sea muy dura. Y también espero que sea cierto eso de que habrá una última crónica antes, porque me he enganchado completamente a ellas.
    Maya

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